La noche cae sobre la ciudad como un manto pesado. Clara y Ethan llegan a casa exhaustos, aún con la adrenalina del juicio latiéndoles en las venas. Han pasado tantas horas enfrentando preguntas, pruebas, recuerdos, rostros.
Las luces del living apenas iluminan los muebles. Todo parece estático, como si el mundo contuviera la respiración.
Clara se deja caer en el sofá, todavía con la ropa del juicio. No tiene fuerzas para cambiarse. Ethan se sienta a su lado en silencio. No la toca. No le habla. Solo está ahí. Esperándola.
—No sé cómo lo hice —murmura Clara al fin, frotándose la cara—. Sentí que me partía por dentro.
Ethan le alcanza un vaso de agua. Ella lo recibe con manos temblorosas.
—Te partiste, sí —responde él—. Pero lo hiciste con dignidad. Lo hiciste con coraje.
Ella lo mira por primera vez desde que salieron del tribunal. Sus ojos están llenos de un agotamiento brutal, pero también de una llama que no estaba antes.
—¿Y si no sirve de nada? ¿Y si todo esto… no alcanza para c