En cuanto comprendió lo que estaba ocurriendo, una oleada de ansiedad lo atravesó de golpe. Ni siquiera había terminado de prepararse, tenía el torso descubierto, la toalla alrededor de la cintura y gotas de agua aún corrían por su piel. Pero no podía esperar.
De inmediato, Rowan se vistió con lo primero que encontró: una camisa azul oscuro y pantalones negros, ropa casual que, sin proponérselo, le sentaba perfectamente bien. Peinó su cabello rápidamente con los dedos, agarró las llaves y salió a toda velocidad.
Se subió a su Lamborghini sin pensarlo dos veces, y mientras aceleraba por las calles iluminadas, tomó su móvil y llamó a Nadia. No sabía exactamente qué le diría cuando ella atendiera, pero una cosa era clara: no podía dejar que otro ocupara su lugar. Tenía que verla, tenía que llegar antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Hola? —dijo Nadia al contestar el teléfono.
—Señorita Nadia Bennet… —dijo él con una entonación irónica, apenas disimulando su malestar—. Me acabo de enterar