Mundo ficciónIniciar sesiónLa biblioteca del instituto estaba sumida en ese silencio peculiar que solo existe entre montañas de libros polvorientos. Valeria organizaba unos volúmenes de poesía del siglo XIX en su estantería correspondiente cuando sintió esa presencia familiar, intensa e inconfundible, a sus espaldas. No necesitó volverse para saber quién era.
—Baudelaire —dijo la voz de Damián, grave y a un palmo de su oído—. Las flores del mal. Una elección oscura para una mente tan joven. Ella se volvió, encontrándose con su pecho. Él no retrocedió. El espacio entre ellos era mínimo, cargado de electricidad. —La belleza puede encontrarse en la oscuridad, profesor —respondió, manteniendo la voz firme a pesar del vértigo que sentía—. O al menos, eso nos enseñó usted en la última clase. Él tomó el libro de sus manos, y sus dedos rozaron los de ella deliberadamente. Un nuevo escalofrío la recorrió. —"El vampiro", concretamente —leyó él el título del poema que ella tenía marcado—. Sobre una criatura que drena la vida de su amante. ¿Te sientes identificada, Valeria? —¿Debería? —replicó ella, desafiante. —Todos nos sentimos identificados con los vampiros o con las víctimas en algún momento de nuestra vida —dijo, dejando el libro sobre la mesa—. La cuestión es elegir qué papel quieres interpretar. Sus ojos, de un color tan oscuro que parecían negros en la penumbra de la biblioteca, la escudriñaban. Era la mirada de un halcón, aguda, penetrante, capaz de despiezar su alma capa por capa. —He hablado con el director —anunció, cambiando de tema mientras comenzaba a caminar lentamente alrededor de la mesa, como un depredador rodeando a su presa—. Sobre la beca. —¿Y? —preguntó Valeria, conteniendo el aliento. —Había otro candidato —dijo él, deteniéndose justo frente a ella—. Un chico de último año. Promedio excelente. Situación familiar… cómoda. El corazón de Valeria se hundió. —Ya veo. —No, no lo ves —él esbozó una sonrisa fría—. Porque le mostré tu ensayo sobre la dualidad. Y luego, le mostré el informe de tu situación familiar. No fue una competencia leal, Valeria. Fue una masacre. Ella lo miró, sin comprender del todo. —¿Le enseñó…? ¿Qué informe? —Detalles —dijo con un gesto de desprecio—. Lo único que importa es que la beca es tuya. Oficialmente. Firmado y sellado. La noticia la golpeó con la fuerza de un maremoto. —¿De verdad? —susurró, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas de incredulidad y alivio. —Las lágrimas son un lujo que pocos pueden permitirse —comentó él, observándola con curiosidad científica—. Guárdalas para cuando de verdad las necesites. Esto no es un regalo, es una inversión. Y yo espero un retorno. —Lo sé —asintió ella, enjugándose rápidamente los ojos—. No le defraudaré. —Ya lo sé —dijo él, acercándose de nuevo—. Por eso estoy invirtiendo. Pero hay una condición. —¿Una condición? —El trabajo en la biblioteca —explicó, señalando el espacio a su alrededor con un ademán amplio—. Es insuficiente. El director está de acuerdo en que necesitas un tutor. Alguien que… pulique ese diamante en bruto. Valeria sintió una mezcla de emoción y aprensión. —¿Un tutor? —Yo —dijo simplemente—. Dos tardes por semana, después de clases. En mi despacho. —Profesor, no sé… —comenzó a decir ella, consciente de los rumores que ya circulaban. —¿Tienes miedo? —preguntó él, y su voz era un susurro seductor—. ¿Miedo de estar a solas conmigo? ¿O miedo de lo que podrías descubrir sobre ti misma? —No tengo miedo —mintió ella, clavando la mirada en la suya. —Mientes —susurró él, acercándose tanto que pudo sentir su aliento en su rostro—. Pero es una mentira valiente. Me gusta eso. De repente, su expresión cambió. Su mirada de halcón se posó en algo sobre la blusa de Valeria, justo por encima del cuello. Un pequeño moretón amarillento, casi imperceptible, asomaba por encima de la tela. —¿Y eso? —preguntó, y su voz perdió toda calidez, volviéndose gélida. Ella se llevó la mano al cuello instintivamente. —Nada. Un descuido. —Los moretones no son descuidos, Valeria —dijo, y cada palabra era un cuchillo de hielo—. Son mensajes. ¿Quién te está enviando mensajes? —Es mi vida —replicó ella, con un súbito arranque de dignidad—. Mis problemas. —Error —corrigió él, y por primera vez, dejó traslucir un destello de ira verdadera en sus ojos—. Desde el momento en que puse mis ojos en ti, tus problemas dejaron de ser solo tuyos. Son míos. Dime. ¿Fue él? La intensidad de su pregunta la dejó sin aliento. Asintió lentamente, sin poder articular palabra. Damián dio un paso atrás, y su perfil se recortó contra la ventana, duro como el granito. —Entiendo. —No, no lo entiende —dijo Valeria, sintiendo que perdía el control—. Usted llega en su coche caro, reparte becas y mira desde arriba. No sabe lo que es… —¿No? —la interrumpió él, girándose de golpe—. ¿Crees que nací en este traje? ¿Crees que este poder me fue dado? —Su risa fue un sonido hueco, carente de humor—. Todos tenemos nuestros monstruos, Valeria. La diferencia es que yo aprendí a convertirme en el más grande. Se acercó de nuevo, y esta vez, su mirada ya no era solo de halcón. Era de algo más antiguo, más oscuro. —La primera sesión de tutoría es mañana —declaró—. A las cuatro en punto. No llegues tarde. —¿Y si no voy? —preguntó ella, desafiante. —Irás —afirmó él, con una certeza absoluta—. Porque quieres escapar de ese agujero. Y yo soy el único mapa que tienes. Tomó su rostro entre sus manos con una posesividad que la dejó paralizada. Su toque fue a la vez gentil y férreo. —Mírame, Valeria —ordenó—. Mírame y dime que no ves tu salvación en mis ojos. Ella lo miró, y a pesar de todo el miedo, la confusión y las advertencias que resonaban en su cabeza, solo pudo ver la verdad. Él era su única salida. —Lo sé —susurró. —Bien —dijo él, liberándola—. Entonces no volveremos a hablar de esto. Deja que yo me ocupe de los mensajes no deseados. Se dio la vuelta y salió de la biblioteca con sus pasos seguros y silenciosos, dejándola a solas con el eco de sus palabras y el latido acelerado de su corazón. En el pasillo, Damián sacó su teléfono. Su rostro era una máscara de fría determinación. —Es Rey —dijo en voz baja—. Tenemos que acelerar el asunto del padre. Ya no es solo un obstáculo. Se está convirtiendo en un daño colateral inaceptable. Encuéntrenme una solución. Permanente. Cortó la llamada y se quedó mirando por la ventana del pasillo, hacia la calle gris. Su mirada de halcón no buscaba nada en particular. Solo esperaba. Esperaba el momento en que esa frágil chica de la biblioteca entendería que pertenecía a él. Y que él destruiría cualquier cosa, o cualquier persona, que se interpusiera en su camino






