El Bentley negro se deslizó frente a la verja del instituto con un runrún de lujo y potencia que hizo girar cabezas. No era un coche, era una declaración de principios. La puerta se abrió y de él emergió un hombre alto, enfundado en un traje de un azul tan oscuro que casi parecía negro, cortado con una precisión que gritaba dinero. Damián Rey ajustó el cierre de oro de su muñeca y su mirada, fría y evaluadora, barrió la fachada del edificio como si estuviera calculando su valor de demolición.Desde su lugar en los escalones, apartada del bullicio de estudiantes, Valeria Solís lo observó. Él no la veía aún, era solo una mancha de uniforme desgastado en un mar de adolescencia ruidosa. Se ajustó la chaqueta, intentando inútilmente ocultar el desgaste de las mangas.—¿Quién es ese? —murmuró Sofía, su amiga, pegándole el codo—. Parece salido de una revista.—El sustituto de Literatura, según los rumores —respondió Valeria, sin apartar los ojos de él—. Don Carlos se jubiló de imprevisto.—¿
Ler mais