Mundo ficciónIniciar sesiónEl timbre del instituto sonó, marcando el final de la clase de matemáticas. Valeria recogió sus libros, sintiendo aún la pesadez del moretón en su muñeca bajo la manga. Sofía se acercó a su pupitre, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Otra vez llegó en el Bentley, ¿verdad? —preguntó, jugueteando con la punta de su cabello—. Todo el mundo habla de eso. Valeria cerró su mochila, evitando su mirada. —Fue solo un ascenso por la lluvia, Sofía. No era nada. —¿Nada? —rió Sofía, con un deje de amargura—. Valeria, ese hombre vale más que todo este barrio. Y a ti te eligió a ti para ser su… ¿protegida? —No digas tonterías. Solo le intereso académicamente. —¿Académicamente? —Sofía bajó la voz—. Ayer te llevó a casa en un coche de medio millón de euros. Hoy no ha dejado de mirarte durante todo el recreo. Eso no es interés académico. Valeria sintió una punzada de incomodidad. —Estás exagerando. —¿Yo? —Sofía la miró con intensidad—. Él ni siquiera sabe que yo existo. Y tú actúas como si fuera una molestia. ¿Sabes lo que daría yo por que un hombre así se fijara en mí? Antes de que Valeria pudiera responder, una sombra se cernió sobre ellas. Damián Rey estaba en la puerta del aula, impecable con su traje gris perla, sosteniendo su carpeta de cuero. —Señorita Solís —dijo, con su voz profunda que cortó la tensión entre las amigas—. Un momento, por favor. Sofía palideció ligeramente y le lanzó a Valeria una mirada cargada de envidia antes de darse la vuelta. —Te veo en el comedor —murmuró, y salió del aula sin mirar atrás. Valeria se acercó a la puerta, sintiendo cómo los ojos de los estudiantes restantes la seguían. —¿Sí, profesor? Damián no respondió de inmediato. Su mirada recorrió el aula vacía antes de posarse de nuevo en ella. —He revisado tu último análisis de Cien años de soledad. Es brillante, pero tiene un error fundamental. —¿Un error? —preguntó Valeria, frunciendo el ceño—. ¿Cuál? Abrió su carpeta y extrajo su trabajo, lleno de anotaciones en rojo. —Aquí, en tu conclusión. Dices que la soledad de los Buendía es una maldición autoimpuesta. Te equivocas. —¿Lo estoy? —replicó ella, desafiante a pesar de los nervios—. Ellos eligieron aislarse del mundo. —No —dijo él, acercándose un paso—. El mundo los aisló a ellos. Hay una diferencia crucial. La soledad no siempre es una elección, a veces es la única opción que te dejan. Sus palabras resonaron en lo más hondo de ella, tocando una fibra sensible que prefería ignorar. —Ven —ordenó, señalando el pasillo con un gesto de la cabeza—. Camina conmigo. Ella lo siguió, consciente de las miradas que recibían mientras recorrían el corredor vacío. Se detuvieron frente al tablón de anuncios de la biblioteca. —Mira esto —dijo Damián, señalando un cartel nuevo—. Becas de excelencia académica. Cubren matrícula, materiales y una asignación mensual. Valeria leyó el anuncio, conteniendo la respiración. —Es… increíble. Pero sé que no tengo posibilidades. —¿Por qué no? —preguntó él, girándose para mirarla—. Tienes el mejor promedio de tu clase. Tu ensayo sobre Neruda fue el mejor que he leído en años. —Mis circunstancias… —comenzó a decir ella, bajando la voz. —Tus circunstancias son exactamente por lo que calificas —interrumpió él—. Esta beca está diseñada para alguien como tú. Ella lo miró, buscando algún indicio de burla en su rostro. —¿Por qué haría esto por mí? —No lo estoy haciendo por ti —corrigió él, suavemente—. Lo estoy haciendo por la institución. Sería un crimen dejar que una mente como la tuya se desperdicie. Se acercó un paso más, y su voz bajó hasta convertirse en un susurro íntimo. —Además, ya te lo dije. Eres una mancha de color en este mundo gris. Sería una pena ver cómo ese color se desvanece. Valeria sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. —No sé qué decir. —Di que llenarás la solicitud —respondió él, extrayendo un documento de su carpeta—. Ya la tengo aquí. Solo necesitas firmar. Ella tomó el papel con manos temblorosas. —¿Ahora? —El plazo cierra hoy —dijo, ofreciéndole un bolígrafo de plata—. A veces, las oportunidades solo llaman una vez a la puerta. Mientras ella firmaba, notó que su mirada se posaba en su muñeca de nuevo. —¿Y tu padre? —preguntó de repente—. ¿Qué opinará de esta oportunidad? El bolígrafo se detuvo en el papel. —Mi padre… no se interesa mucho por mis estudios. —Qué lamentable —murmuró Damián—. Un hombre debería proteger el futuro de su hija, no ser una amenaza para él. Ella alzó la vista, alarmada. —¿Qué quiere decir con eso? —Nada —dijo él, recuperando el documento firmado—. Solo que algunos obstáculos… pueden ser removidos. Guardó el papel en su carpeta con un movimiento fluido. —Tu solicitud está completa. Espera noticias esta semana. —Profesor… —comenzó Valeria. —Damián —la corrigió de nuevo. —Damián —repitió ella, probando el nombre en sus labios—. ¿Por qué de verdad está haciendo esto? Él estudió su rostro por un largo momento, su mirada intensa y calculadora. —Porque cuando encuentras algo único en este mundo, tienes dos opciones: admirarlo desde la distancia… o asegurarte de que nunca te abandone. Antes de que ella pudiera responder, se oyeron pasos acercándose. Sofía apareció en el extremo del pasillo, con el ceño fruncido. —Tu amiga te busca —observó Damián, sin apartar los ojos de Valeria—. Parece… preocupada por nuestra conversación. —Es solo que… —Valeria buscó las palabras adecuadas. —Es envidiosa —concluyó él, con una sonrisa fría—. La envidia es el tributo que la mediocridad le rinde al talento. No dejes que sus inseguridades nublen tu potencial. Sofía se acercó a ellos, forzando una sonrisa. —¿Todo bien, Valeria? El comedor está a punto de cerrar. —Perfectamente —respondió Damián en lugar de ella—. Solo estábamos discutiendo el futuro académico de Valeria. Tiene un gran potencial. Sofía palideció ligeramente. —Claro. Siempre ha sido la más lista. —Eso se nota —asintió Damián—. Algunas personas están destinadas a cosas mayores. Otras… —su mirada barrió a Sofía de arriba abajo— …a conformarse con ser espectadoras. Sofía apretó los puños, pero mantuvo la compostura. —Vamos, Valeria. Antes de que nos quedemos sin comer. Damián asintió con formalidad. —Hasta la próxima clase, señorita Solís. Y no se preocupe por la beca. Yo me encargaré personalmente de que todo salga bien. Mientras las dos chicas se alejaban por el pasillo, Sofía no pudo contenerse. —¿Lo ves? ¡Te trata como si fueras especial! ¿Y eso de "yo me encargaré personalmente"? —Es solo por la beca, Sofía —susurró Valeria, aunque una parte de ella sabía que era algo más. —¿De verdad te crees eso? —Sofía soltó una risa amarga—. Ese hombre no mira a nadie más. Es como si el resto no existiéramos. Y a ti… a ti te mira como si ya fueras suya. En la oficina de Damián, él cerró la carpeta con la solicitud firmada de Valeria. Sacó su teléfono y marcó un número. —La solicitud está firmada —dijo—. Asegúrense de que sea la única candidata seria. Y necesito una reunión con el director. Tengo que… convencerle de que nuestra candidata es la ideal. Cortó la llamada y se acercó a la ventana, observando cómo Valeria y su amiga cruzaban el patio. Su mirada se posó en la figura menuda de Valeria, en su manera de caminar, llena de una gracia natural que contrastaba con la rigidez de su acompañante. —Pronto, Valeria —murmuró para sus adentros—. Pronto no tendrás que preocuparte por becas, ni por padres, ni por amigas envidiosas. Solo tendrás que preocuparte por mí. Y por primera vez desde que llegó a esta ciudad gris, una sonrisa genuina, cargada de posesividad y triunfo, se dibujó en sus labios.






