Mundo ficciónIniciar sesiónValeria intentó concentrarse en la ecuación de física escrita en la pizarra, pero el dolor sordo en sus costillas le recordaba la discusión de la noche anterior. Cada vez que respiraba hondo, una punzada le recordaba la fuerza con la que su padre la había empujado contra la pared. Bajó la mirada hacia su cuaderno, fingiendo tomar apuntes.
—¿Estás bien? —susurró Sofía a su lado—. Estás pálida. —Sí, solo estoy un poco cansada —mintió Valeria, forzando una sonrisa. La puerta del aula se abrió y Damián Rey apareció en el marco. No era su hora de clase, pero su presencia llenó inmediatamente el espacio. Su mirada barrió el aula y se posó en Valeria con la intensidad de un rayo láser. —Disculpen la interrupción —dijo con su voz grave, dirigiéndose al profesor de física—. Necesito a la señorita Solís un momento. Asuntos de la beca. El profesor asintió con gesto complaciente. Todos los docentes parecían doblegarse ante la autoridad natural de Damián. Valeria se levantó, sintiendo cómo todas las miradas la seguían. Al caminar hacia la puerta, no pudo disimular del todo una leve cofia al apoyar mal el pie. Los moretones de sus costillas protestaban. Damián no dijo nada hasta que estuvieron en el pasillo vacío. Entonces, su expresión neutral se transformó en una máscara de fría furia. —¿Qué te ha pasado? —preguntó, su voz era un susurro cargado de peligro. —Nada, profesor. Solo un tropiezo —respondió ella, evitando su mirada. —Valeria —dijo, y el tono era una orden—. Deja de mentirme. ¿Fue él otra vez? Ella no respondió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas contra su voluntad. Era suficiente confirmación para él. Damián respiró hondo, y por un segundo, Valeria creyó ver algo aterrador en sus ojos: una oscuridad absoluta, promesas de violencia. —Escúchame bien —dijo, acercándose tanto que su aroma a madera y cuero la envolvió—. Esta tarde, después de la tutoría, no vuelvas a casa. Quedarte en la biblioteca hasta tarde. ¿Entendido? —Pero mi padre… se enfadará más si no… —¡Que se enfade! —cortó él, con un arrebato de ira contenida que la hizo retroceder—. Perdona —se serenó al instante, adoptando un tono más calmado pero igualmente intenso—. Confía en mí. Quédate en la biblioteca. Yo me encargaré de… hablar con tu padre. Para que entienda la importancia de tus estudios. Ella lo miró, confundida. —Usted no conoce a mi padre. No escucha a nadie. —Oh, yo tengo mis métodos de persuasión —respondió él, con una sonrisa fría que no llegó a sus ojos—. Ahora vuelve a clase. Y recuerda: biblioteca, hasta que yo te busque. Esa tarde, durante la tutoría, Valeria notó que Damián estaba distraído. Revisaba su teléfono con más frecuencia de lo habitual, sus respuestas eran breves y su mente parecía estar en otro lugar. —¿Ocurre algo, profesor? —preguntó ella, cerrando el libro de literatura. Él alzó la vista, como si volviera de muy lejos. —Solo unos asuntos de negocios que requieren mi atención. Nada de lo que debas preocuparte. Minutos después, su teléfono vibró. Lo miró y una satisfacción sombría cruzó su rostro. —Es hora de que te vayas a la biblioteca —dijo, poniéndose de pie—. Yo tengo… una reunión. Mientras Valeria se instalaba en la biblioteca, tratando de estudiar, Damián se dirigía a un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. Allí, tres hombres con aspecto severo lo esperaban. Uno de ellos se acercó. —Señor Rey. Está dentro. Estaba borracho como de costumbre. No opuso resistencia. Damián asintió y entró en el almacén. El hombre que tenía dentro, el padre de Valeria, estaba atado a una silla. La ropa sucia, la respiración entrecortada por el miedo y el alcohol. —¿Quién… quién es usted? —tartamudeó el hombre, al ver la figura alta y elegante de Damián recortarse contra la luz de la puerta. Damián se acercó lentamente, sin prisa. Se arrodilló frente a la silla hasta quedar a la altura de su rostro. —Soy el hombre que le va a dar una oportunidad —dijo Damián, con una voz sorprendentemente suave—. Una oportunidad de dejar esta ciudad y no volver jamás. —¿Qué quiere de mí? —Que desaparezca de la vida de su hija —respondió Damián—. Para siempre. —¿Mi hija? ¿Valeria? ¿Qué tiene que ver ella…? —¡Todo! —rugió Damián, y su voz retumbó en el almacén vacío. Su furia, contenida hasta entonces, estalló. Agarró al hombre por la camisa—. Cada moretón, cada lágrima, cada noche de miedo… todo tiene que ver con ella. Y conmigo. El hombre palideció, empezando a entender. —Usted… usted es el profesor, ¿verdad? El del coche caro. —Soy su futuro —lo soltó con desprecio—. Y usted es un obstáculo. Y yo suelo eliminar los obstáculos. Señaló a uno de sus hombres, que se acercó con una maleta llena de fajos de billetes. —Aquí hay cincuenta mil euros —dijo Damián—. Es más de lo que ganará en toda su vida miserable. Tome el dinero, suba al coche que mis hombres le tienen preparado y desaparezca. Si alguna vez vuelve a acercarse a Valeria, si intenta contactarla… —hizo una pausa, y su mirada se volvió mortal— …lo último que verá será mi sonrisa. El hombre, aterrorizado, asintió con la cabeza repetidamente. —Me iré. Lo juro. No la volveré a molestar. —Es lo más inteligente que ha hecho en su vida —concluyó Damián, poniéndose de pie y ajustándose los puños de la camisa como si acabara de realizar una tarea desagradable pero necesaria. Horas después, Damián regresó al instituto. Encontró a Valeria en la biblioteca, dormida sobre un libro, agotada. La observó un momento, su rostro angelical iluminado por la lámpara de la mesa. Su expresión se suavizó. —Valeria —dijo suavemente, tocando su hombro. Ella se despertó sobresaltada. —¿Profesor? ¿Qué hora es? —Es tarde. Tu padre… no estará en casa esta noche —dijo él, eligiendo sus palabras con cuidado. —¿Cómo lo sabe? —Fui a hablar con él, como te dije —respondió, ayudándola a levantarse—. Parece que ha tenido una… oferta de trabajo inesperada. En otra ciudad. Se fue inmediatamente. Ella lo miró, incrédula. —¿Se fue? ¿Así, sin más? —A veces, la gente cambia de opinión cuando se le presentan los argumentos correctos —dijo él, con un deje de ironía—. Ven, te llevo a casa. Y no te preocupes, he hablado con el director. A partir de ahora, vivirás en una residencia de estudiantes financiada por la beca. Estarás a salvo. Mientras caminaban hacia el Bentley, Valeria miraba de reojo a Damián. Había algo en su calma, en su seguridad absoluta, que le resultaba inquietante y reconfortante al mismo tiempo. —Profesor… ¿qué dijo usted exactamente para convencerlo? Él abrió la puerta del coche para ella, y una sonrisa enigmática jugueteó en sus labios. —Solo le hice ver que había llegado un nuevo depredador a la ciudad. Y que su presa ya tenía dueño






