Guillermo soltó un comentario sarcástico al pasar, sin darle mayor importancia. Estaba abrumado por el trabajo; al salir de casa, dejó atrás cualquier asunto familiar o personal, y mucho menos iba a ponerse a reflexionar sobre sus palabras o a considerar los sentimientos de aquella señorita consentida.
Eran las dos de la tarde y el distrito financiero de la capital era un hervidero de carros. El viento arrastraba ráfagas de aire caliente bajo un sol implacable que brillaba en lo alto del cielo.
Era la hora de volver al trabajo después del descanso de mediodía, y la mayoría de los oficinistas, café en mano, regresaban en pequeños grupos a sus empresas.
Siendo viernes, el ambiente era relajado, lleno de risas y conversaciones. Sin embargo, dos empleadas de Corporación Legado recibieron una notificación de grupo; sus expresiones, antes animadas y chispeantes por el chisme, se arrugaron de golpe y apresuraron el paso hacia la oficina.
—¡Qué rápido! ¿No habían dicho que igual y hoy no vení