Capítulo 3

Cuando Miranda abrió la boca, un silencio aún más denso se apoderó del compartimento del carro; la atmósfera en el asiento trasero se tornó extrañamente pesada.

El chofer, conteniendo la respiración, dejó a Bianca en el residencial Altavista y luego enfiló hacia Las Fuentes, al norte de la ciudad.

Esa noche, el cielo, lavado por la lluvia reciente, ostentaba un negro de una pureza absoluta. El Bentley devoraba el asfalto del viaducto y, durante todo el trayecto, ni Miranda ni Guillermo cruzaron palabra.

La casa número trece del Residencial Las Fuentes era el hogar conyugal de Miranda y Guillermo; allí habían vivido desde su matrimonio.

Al abrir la puerta, todo estaba impecable: los muebles en su sitio, las luces del techo encendidas con viveza, ni una mota de polvo sobre los muebles del vestíbulo.

Guillermo recorrió la estancia con la mirada.

—No has estado en casa últimamente, ¿verdad?

Aunque formalmente era una pregunta, su tono era el de una afirmación.

Miranda se recargó en la pared con los brazos cruzados; su voz flotó, ligera y despreocupada.

—Así es, andaba consiguiéndome un novio joven y guapo.

La mirada de Guillermo permaneció impasible.

Ella, divertida, esbozó una media sonrisa, ladeó la cabeza y lo miró de frente, sin rehuir el contacto visual.

«Hay gente que le encanta fingir», pensó. «Como si no supiera que hasta el último de mis movimientos se lo reportan, y todavía tiene el descaro de preguntar si he estado en casa».

Dos años sin verse, y a él no le parecía que esa formalidad fuera superflua y hasta cómica.

Se sostuvieron la mirada unos segundos eternos. Finalmente, fue Guillermo quien apartó la vista; nunca le había gustado envolverse en conversaciones sin sentido, y menos aún con su esposa, a quien él percibía como deslumbrada por lo superficial.

Quizá por la prolongada ausencia de vida, la casa se sentía gélida, a pesar de la calefacción automática.

Guillermo subía al segundo piso desabotonándose la camisa mientras Miranda lo observaba desde la distancia; se quitó los tacones con un gesto y rio con disimulo.

Aunque su relación como pareja era más bien indiferente, no dormían en habitaciones separadas. El dormitorio principal en el segundo piso era amplio y tenía una puerta que comunicaba con un vestidor aún más espacioso.

Justo cuando ella entraba al dormitorio, él abrió la puerta del vestidor.

Los armarios cubrían las cuatro paredes. En el centro, un exhibidor de relojes y otro de joyas. Las luces empotradas se encendieron, revelando un deslumbrante brillo tras las vitrinas de cristal.

Guillermo se quedó inmóvil en el umbral del vestidor, con las manos en los bolsillos, durante un instante que pareció largo.

Ella no se movió en su dirección; permaneció frente al espejo de cuerpo entero del dormitorio, desatando las cintas de su vestido de noche.

—Miranda.

—¿Sí?

Lo miró a través del espejo.

—Hay que recoger esto.

Él se hizo a un lado, despejando buena parte de la entrada. Se arrancó la corbata, lo que arrugó levemente el cuello de su camisa, y su expresión se endureció un poco.

Solo entonces Miranda se percató de que el suelo del vestidor estaba atiborrado de bolsas y cajas de regalo; apenas quedaba espacio para poner un pie.

Se sorprendió un poco. Se acercó, tomó una bolsa que estaba cerca de la puerta y escudriñó su contenido. Entonces recordó.

—Deben ser regalos de las marcas. Vaya, sí que son muchos.

Desde que Guillermo se había marchado a Canadá, ella había pasado la mayor parte del tiempo viajando por el extranjero. Cuando regresaba a la capital, se alojaba en su departamento del centro.

La dirección que las principales marcas tenían registrada era la del Residencial Las Fuentes, y por pereza nunca la había cambiado, así que los regalos seguían acumulándose allí.

La administradora de la casa la había llamado para preguntarle qué hacer con todas esas cosas, pero como en ese momento estaba ocupada con otros asuntos, le había dicho sin más que los dejara en el vestidor. Jamás imaginó que se apilarían de tal manera.

—Ay, sí son demasiados. Qué pena, deja recojo.

Aunque sus palabras expresaban una leve disculpa, no había ni el más mínimo detalle de arrepentimiento en su actitud, y mucho menos la intención de ponerse a ordenar.

Incluso, con una chispa de interés, desenvolvió un chal. Lo examinó con aire pensativo y comentó:

—Este chal está gruesísimo. Si algún día voy a la Antártida, me lo llevo para "ponérselo a un pingüino".

—...

Años de férreo autocontrol habían hecho que Guillermo casi olvidara cómo se ponían los ojos en blanco. Se mantuvo inexpresivo, pero su voz, que al principio había sonado paciente y suave, se tornó distante y escueta.

—Recoge tus cosas. Necesito sacar mi pijama.

Miranda lo miró fijamente unos segundos y, de repente, sonrió.

—No aguantaste ni tres frases. Tu paciencia sí que deja mucho que desear, "señor Aranda".

Dejó caer la mano, y el chal cubrió sus tobillos desnudos. Al instante siguiente, estiró la punta del pie y la deslizó lentamente por el tobillo de él, subiendo hasta rozarle suavemente la parte interna de la pantorrilla.

Parecía una seducción, pero era más bien una provocación.

Guillermo la observó con intensidad y, cambiando bruscamente de tema, dijo:

—Si tanta prisa tienes que ni a bañarte alcanzas a esperar, puedes decírmelo sin rodeos.

La sonrisa se borró de sus labios al instante. Se dio la vuelta, apartó de una patada los regalos que abarrotaban el vestidor, sacó una pijama de hombre del armario, la hizo una bola y se la arrojó a él al pecho, como si fuera basura no reciclable.

Guillermo atrapó la pijama, pero, curiosamente, ya no parecía tener prisa por ir a bañarse.

Reflexionó un momento y luego preguntó:

—Miranda, ¿hay algo que te molesta de mí? Deberíamos hablarlo.

En un parpadeo, recuperó su habitual semblante sereno y confiable. Ese día no llevaba gafas; de lo contrario, habría parecido aún más un joven profesor caritativo dispuesto a guiar a estudiantes rezagados.

Ella respondió con sarcasmo:

—Vaya, no sabía que "respetaras tanto mi opinión", señor Aranda.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP