Aunque se repetía que no debía enojarse, mantener la calma y sonreír ante una situación así era algo que solo lograría un monje budista en pleno nirvana.
Por unos segundos, Miranda sintió un impulso muy fuerte de estamparle el celular en la cara a Guillermo para que viera la actitud hipócrita y los dramas de su exnovia, la perfecta santita.
Pero un último hilo de sensatez le recordó que, si él había dicho que no se aferraría al pasado, ella no tenía por qué desquitarse con él sin motivo.
Quizá Sofía contaba con que ella, con su temperamento explosivo, le haría una escena a Guillermo. Seguramente eso era lo que quería para sembrar cizaña entre ellos y ahora mismo estaba esperando a que comenzara el espectáculo.
“Sí, seguro es eso”, se convenció.
“¡No puedo caer en su trampa! ¡Definitivamente no!”
¡Pero qué coraje le daba!
Miranda agarró un cojín y hundió la cara en él por un momento. Luego, empujó a Guillermo con los pies, bajó las piernas y se sentó erguida. Respiraba agitada por el c