Las piezas de pollo empanizado burbujeaban en el aceite caliente. Miranda, volviendo al presente, señaló la vitrina.
—Añádeme una salchicha.
Guillermo, que en algún momento se había acercado, ya estaba a su lado.
La miró, pero no detectó en sus ojos un deseo particularmente fuerte por la comida frita.
Enseguida le entregaron su pedido. Sosteniendo las tiras de pollo, le pasó la salchicha a Guillermo.
—Ten.
Él se quedó inmóvil por un instante.
A ella se le cruzaron los cables y, de repente, le acercó la salchicha a la cara, provocándolo con un tono ácido.
—¿Nunca le compraste antojitos a tu novia en la prepa o qué?
Guillermo finalmente tomó el palito y, de paso, se tomó un momento para recordar.
—No.
“¡Ni quién te crea!”
Si ni siquiera le compraba antojitos, ¿entonces de qué demonios se acordaba Sofía?
Molesta, Miranda caminó hacia una fonda que anunciaba caldos, pero Guillermo la detuvo.
—El de más adelante está más bueno.
—¿Y tú cómo sabes?
—Yo estudié aquí —respondió él con voz plan