Samanta Sandoval tenía el mundo a sus pies: un apellido intocable, un matrimonio de lujo y un futuro brillante... hasta que su boda se convierte en su peor pesadilla. En plena celebración, descubre la traición más dolorosa: su esposo, Matías Belandria, la ha engañado con su propia hermana. La humillación se vuelve escándalo nacional, y su vida perfecta se desmorona en un instante. Desgarrada y sin rumbo, Samanta se aferra a la única esperanza: Adrián Weiss, su ex, el único hombre que la amó de verdad, que regresa justo cuando el abismo amenaza con tragársela. Pero el pasado nunca muere. En un juego mortal de chantajes, mentiras y manipulaciones, Samanta queda atrapada entre dos fuerzas irreconciliables: el veneno sutil y letal de un esposo que no acepta perderla… y el fuego prohibido de un amor que nunca se apagó, pero que puede quemarla por dentro. ¿Podrá Samanta liberarse o está condenada a ser prisionera de un destino oscuro y apasionado?
Leer más「Samanta」
—¡Maldito desgraciado! ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! ¡¿Con mi hermana?!
Le grité con toda mi rabia. Y mi mano, sin pensarlo, voló hasta su cara. El golpe sonó seco. Duro. Merecido.
Matías se quedó quieto. Con la boca abierta. Como si no entendiera nada.
Qué falso. Qué cínico. Que asqueroso.
¡Yo los vi! No necesitaba que me explicara nada.
Y aun así… él intentaba fingir.
—No, Samanta… no es lo que crees… —dijo, estirando la mano hacia mí, como si pudiera arreglar algo.
Y entonces apareció ella.
Mi hermana.
Con el vestido arrugado, el maquillaje corrido y los labios… hinchados.
Los labios que él había besado.
—Sam… por favor… déjame explicarte…
—¡No me toques! —grité, dando un paso atrás—. ¡No me hablen! ¡No me miren! ¡Son basura los dos!
Mi voz se rompió. Retumbó por todo el salón.
Y yo… seguía vestida de novia.
El vestido blanco aún brillaba bajo las luces.
Las flores, las copas, la música suave… todo seguía igual.
Como si no se hubiera roto mi vida.
Tres horas.
Solo habían pasado tres malditas horas desde que me casé con Matías.
Y ya estaba atrapada en una pesadilla.
—Sam… por favor… tranquilízate —suplicó él.
—¡No me tranquilizo una m****a! ¡Te vi! ¡Los vi! ¿Sabes lo que me hiciste? ¿Saben lo que me hicieron?
Las miradas se clavaban en mí.
Invitados. Mesoneros. Familiares.
Todos escuchando. Todos mirando.
Todos disfrutando del chisme.
—¿Fue ella la que gritó?
—¿La novia?
—¡Ay, Dios mío…!
Mi hermana.
Mi bebé. La niña que defendí en la escuela. A la que enseñé a maquillarse. A caminar con tacones. La que me llamaba “Sammy” con esa voz dulce.¿Ella? ¿Con mi esposo? ¿El día de mi boda?
—¡Está loca! —susurró alguien.
—¡Qué escándalo!
Y entonces apareció ella.
Mi suegra.
Con ese caminar elegante y ese desprecio en los ojos.
Se acercó a mí, me apretó el brazo con fuerza.
—¡Contrólate, niña! —dijo con voz fría—. ¿Qué espectáculo estás dando?
—¡Su hijo es un cerdo! —grité, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Se acostó con mi hermana! ¡El mismo día de nuestra boda!
Ella abrió los ojos.
Y me abofeteó.
El golpe fue tan fuerte que me giró la cara.
Me quedé paralizada.
Me ardía la piel.
Pero el alma… el alma me sangraba.
—¡Cállate! —gritó—. ¡No sabes lo que dices!
Levanté la cara. Las lágrimas me ardían, pero no bajé la mirada.
La miré fijo. Llena de rabia. Llena de dignidad.
—No se le ocurra volver a tocarme —le solté, con la voz firme, temblando por dentro.
Y le devolví la cachetada.
El golpe sonó fuerte. Seco. Como un trueno.
Y el salón entero se quedó en silencio. Nadie se atrevió a respirar.
—¡Dios mío! —gritó ella, llevándose las manos al rostro—. ¡Matías! ¿¡Viste lo que me hizo esta mujer!?
La gente empezó a acercarse.
Murmullos por todos lados.
Dedos señalándome.
Caras horrorizadas.
—Está loca…
—Qué pena, pobre Matías…
—Qué vergüenza…
«¿Pobre Matías?», esa gente estaba mal de la cabeza por ponerse del lado de ese asqueroso cerdo.
—¿Dónde está mi papá? —pregunté, con la voz rota, buscando entre la gente.
Nadie respondió.
Silencio.
Un vacío que me aplastó el pecho.
—Sabía que no era buena para ti —dijo el padre de Matías, cruzado de brazos—. Te lo advertí.
—¡¿Qué están diciendo?! —grité—. ¡¿YO soy la loca?! ¡¿YO?! ¡¿La que encontró a su esposo cogiendo con su hermana?!
—¡Cuidado con tu boca! —soltó la suegra.
—¡¿Mi boca?! ¡Ya no queda nada limpio después de esto!
Ángela se tapó la cara.
Falsa. Cínica. Ni una palabra. Ni una disculpa.
—Matías, haz algo. ¡Controla a tu esposa! —ordenó su madre.
Y él… explotó.
—¡YA BASTA! —gritó.
Se vino hacia mí, me agarró del brazo con fuerza.
—¡Vámonos!
—¡No me toques! —grité, forcejeando.
—¡No es el lugar, Samanta! ¡Estás haciendo un show!
—¡El show lo hiciste tú, metiéndote en esa habitación con mi hermana!
—¡CÁLLATE! —rugió, apretándome más.
Intenté soltarme. No podía.
La gente nos rodeaba. Algunos grababan. Otros solo miraban.
Nadie ayudaba.
—¡Me estás lastimando!
Y él no me soltó.
Y yo… ya no tenía fuerzas.
Solo tenía el dolor.
La rabia.
Y el corazón hecho pedazos.
Matías me arrastró del brazo por el pasillo del hotel como si fuera un saco de basura. No le importaban los flashes, los cuchicheos, ni las miradas horrorizadas. Solo caminaba. Rígido. Furioso. Como un toro desbocado.
Yo apenas podía seguirle el paso. Tropezaba con el vestido. Con los tacones.
Con las lágrimas que me nublaban la vista.
—¡Suéltame! —grité.
Pero él no se detuvo. Ni me miró.
Me llevó directo a la suite nupcial.
La habitación decorada con rosas, velas y detalles románticos.
El lugar donde debíamos hacer el amor. Donde debía empezar nuestra historia. Y que ahora... era un infierno encerrado entre cuatro paredes.
Apenas cerró la puerta, me empujó contra la cama. No llegué a caer, pero tuve que afirmarme con las manos para no irme al suelo.
—Lo que hiciste allá afuera, Samanta —escupió con rabia—, no pienso perdonártelo jamás.
—¿¡YO!? —grité, ahogada en lágrimas—. ¿¡Tú me hablas de perdón!? ¡Te acostaste con mi hermana, maldito enfermo!
Matías bufó, burlón. Como si yo exagerara.
—Tu hermana vino sola. Se ofreció. ¿Qué querías que hiciera? ¡Soy hombre!
Me dieron ganas de vomitar.
No por lo que había hecho.
Por cómo lo decía. Por la frialdad en su voz.
—¡Eres mi esposo! ¡Mi maldito esposo!
—¿Y qué? —dijo, acercándose—. ¿Tanto drama por una puta? Eso no significó nada.
—¡Sí, claro! ¿Y ahora vas a decir que me amas, que soy el amor de tu vida?
Se rió.
Una carcajada seca, vacía, venenosa.
—Por favor. ¿De verdad pensaste que esto era por amor?
Lo miré con el alma hecha trizas.
Y entonces lo dije.
—Quiero el divorcio.
Mi voz tembló. Pero no me retracté.
Matías se burló en mi cara.
—¿Divorcio? ¿Y perder mi entrada al Grupo Sandoval? ¿Tú estás loca?
Me quedé congelada.
—¿Qué dijiste?
—Lo que oíste —se acercó más, como un lobo oliendo sangre—. Tu papá me ofreció un trato. Ya estaba harto de ti. Según él, eras un estorbo. Una hija vieja, caprichosa, que solo sabe gastar.
—¡Eso es mentira! ¡Mi papá me ama!
—¿Sí? Como amó a tu mamá, ¿no? Hasta que la dejó por su secretaria veinte años menor. Igualito que cuando te mandó a aquel internado… bien lejos, después de que la desequilibrada de tu madre se quitó la vida.
—¡Cállate! ¡No hables así de mi mamá!
—Hablo como me da la gana. A tu papá solo le importan los negocios. Y tú… solo eras parte del trato.
Sentí que el mundo se me hundía.
No podía respirar. No podía pensar.
El hombre con el que me casé... no era humano. Era un monstruo.
—Así que deja el drama, limpia esas lágrimas y empieza a actuar como lo que eres: la esposa obediente que todos esperan ver.
Me levanté. El vestido pesaba. El alma también.
Lo miré. Y por primera vez… sentí que lo odiaba.
Con cada fibra de mi ser.
—Vete al carajo, Matías. Esto no se va a quedar así.
—Ya veremos —respondió con desprecio, dándome la espalda como si yo no valiera nada.
Caminó hacia la puerta para irse. Como si la conversación ya le aburriera. Como si yo fuera un negocio cerrado.
Pero entonces…
TOC. TOC.
Golpes secos. Fuertes.
Matías frunció el ceño.
—¿Quién carajos jode ahora? —gruñó, y se fue directo a abrir.
Abrió de golpe.
Y su cara… cambió por completo.
Se puso pálido. Tenso. El cuerpo se le endureció como una estatua.
—¿Tú? ¿Qué haces aquí? —escupió, como si acabara de ver a un fantasma.
Levanté la mirada.
El corazón se me detuvo.
Allí estaba.
Adrián Weiss.
Alto. Elegante. Traje negro a medida. Cabello rubio oscuro. Ojos grises como el invierno. Mandíbula firme. Mirada de acero. Presencia de rey.
Mi ex.
Mi primer amor.
—No vine a hablar contigo —dijo Adrián, sin mirarlo.
Su voz era grave. Firme.
Ese acento alemán que me erizaba la piel.
Avanzó. Matías ni se movió.
Nadie lo detenía cuando caminaba así.
Sus ojos se clavaron en mí.
Y el mundo… se detuvo.
—Samanta —dijo, con la voz baja, suave, como si solo existiéramos él y yo—. ¿Estás bien?
Me temblaron las manos.
No sabía qué decir. Qué pensar. Qué sentir.
Tantos años sin verlo. Tantos silencios.
—Sí —susurré—. Ahora sí lo estoy.
Adrián dio un paso más.
Matías seguía inmóvil, con el ceño fruncido.
La puerta quedó abierta.
Y el pasado… acababa de volver.
「Adrián」Entré al salón Alfa minutos antes que los demás. Una sala ovalada, imponente. Paneles de madera caoba pulida. Sillones de cuero oscuro alineados con precisión. Pantallas digitales en cada extremo. Todo preparado para decisiones que movían cientos de millones de dólares.Me senté en uno de los extremos de la mesa, con la espalda recta, el rostro sereno, y los ojos bien abiertos. Observando. Analizando. Controlando.A mi derecha, un par de directivos murmuraban entre sí. A mi izquierda, el asiento aún vacío, reservado para el “CEO en funciones”, ese que no era ni legal ni legítimo. Aún.Leopoldo llegó tarde.Empujó la puerta con firmeza, haciendo más ruido del necesario. Una entrada dramática. Caminó por la sala con pasos desafiantes, directos, hasta sentarse justo en el otro extremo de la mesa. Como si estuviéramos en un tablero de ajedrez. Rey contra rey.Matías lo siguió segundos después. Ceño fruncido, mandíbula tensa, ni un saludo. Cristian entró detrás, siempre el diplomá
Era lunes. El primero después del desastre.El mármol blanco del piso brillaba como si nada hubiese pasado. Las mismas paredes impecables, las mismas puertas de vidrio esmerilado, los mismos cuadros fríos y perfectos que colgaban de los muros como si el tiempo no los tocara.Pero yo ya no era la misma.Y cada paso que daba dentro de Sandoval Group—ahora, gracias a los juegos de poder, Sandoval & Belandria Group—se sentía como una puñalada directa al ego.A mi orgullo.A lo poco que quedaba de dignidad.Las miradas de los empleados me atravesaban como agujas invisibles. Los susurros apenas audibles, las pantallas de los celulares que se bajaban rápido, los gestos furtivos.No necesitaba escucharlos.Mi instinto gritaba más fuerte que cualquier voz: hablaban de mí.De la novia plantada.De la loca del escándalo.De la hija del dueño que casi quema todo con su furia.Pero aun así, caminé. Con la cabeza en alto.Mis tacones resonaban sobre el mármol como una declaración de guerra.Impecab
「Samanta」La semana transcurrió como si estuviéramos protagonizando una fantasía de catálogo matrimonial. Desde el martes hasta el viernes. Cada día se parecía al anterior. El reloj marcaba el mismo ritmo. Los pasos de Matías sonaban igual de suaves sobre el parquet. El aroma a su perfume llenaba el pasillo a la misma hora, la luz del sol caía sobre la mesa del comedor exactamente igual, y yo… yo me sentía como una actriz sin libreto repitiendo escenas improvisadas.Matías me llevaba el desayuno a la cama y salía temprano cada mañana. Traje impecable. Reloj caro. Actitud serena. Un beso en la frente y una taza de café con leche vegetal entre las manos.—Desayuna tranquila —me decía—. Hoy tienes que descansar.Se iba, y todo quedaba en silencio.Yo me quedaba sola en el penthouse, sin tener que enfrentar todavía el caos que reinaba en Sandoval Holdings. Mi padre no había dado señales de vida, y la empresa seguía tambaleando entre rumores, versiones, y una directiva que ya no sabía en q
「Samanta」No volví a la empresa ese día. Y a pesar de que sentí que prácticamente, me habían desechado como basura, me sentía flotando en una especie de burbuja cálida, silenciosa, como si finalmente todo empezara a acomodarse dentro de mí.Había momentos en los que dudaba.En los que el pasado me respiraba en la nuca.Pero no era uno de esos días.Me sentía querida, cuidada, apoyada por Matías.Por la tarde, subí a mi estudio. No por necesidad.Solo para regalarme un rato a solas, con música suave de fondo y una taza de té.Estaba revisando la bandeja de entrada del correo sin ganas, más por inercia que por interés, cuando lo vi.Asunto: Reubicación interna – Asignación Departamento de Planeación Estratégica y Evaluación de RiesgosAbrí el correo con el estómago apretado. Sabía que algo así vendría, pero verlo frente a mí, tan formal, tan frío, me revolvió el alma.“Estimada Lic. Samanta Sandoval,Por medio del presente se le comunica que, a partir del lunes próximo, usted será reasi
「Samanta」Matías me despertó con un beso en la frente y una taza de café recién hecho. Me sonrió de ese modo en que solía hacerlo cuando aún éramos solo nosotros dos, sin ruido, sin escándalos, sin heridas abiertas.—Estabas hablando dormida —me dijo.—¿Sí? ¿Y qué dije?—No lo entendí. Pero sonreías.Me reí bajito, tapándome con las sábanas.—Entonces debió ser un buen sueño.Él me miró como si yo fuera el único milagro que le quedaba en la vida. Y yo… de verdad quise creer que todo había vuelto a la normalidad.No por necesidad.Por amor.Desayunamos juntos en la terraza. El cielo estaba nublado, pero no me importó.Matías estaba distinto. Más tranquilo. Más presente.No hablaba de trabajo. No hablaba de mi padre. No hablaba de Adrían, ni de lo ocurrido con las acciones de las empresas.Solo hablaba de nosotros.De empezar de nuevo.De volver a encontrarnos en los detalles.Me preguntó si quería que nos vieramos para almorzar y le dije que sí. Ese dia iría un rato a la empresa de mi
「Adrian」El ascensor descendía con su ritmo lento, parsimonioso. Igual que todo en esta ciudad: disfrazado de elegancia, pero lleno de podredumbre detrás de cada pared pulida.Me pasé la mano por la cara.No sé qué fue peor. Si verla tan cerca y no tocarla, o escucharla decir que quería luchar por su matrimonio.¿Luchar por qué?¿Un tipo como Matías?Me incliné hacia adelante, con los codos en las rodillas. Sentía el cuerpo rígido, la mandíbula apretada, la sangre corriendo lenta pero caliente. Todo en mí gritaba que algo no encajaba. Y no solo entre ella y él.Todo.Nada de esto tiene sentido.Ni el matrimonio tan repentino.Ni la fusión entre las empresas.Ni las cifras sucias que apenas he empezado a raspar.Y lo de Ángela…Ese escándalo filtrado como accidente… no fue un accidente.Estoy seguro que eso no fue solo sexo de una noche.No fue un “error”.Hay algo más ahí.Lo huelo.Lo intuyo.Y eso es lo que más me jode: que todavía no sé exactamente qué es lo que estoy buscando.Per
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