Aitana Ferrer y Nicolás Valverde parecían tener el matrimonio perfecto. Nicolás, el hombre más rico y respetado de la ciudad, y Aitana, una mujer dulce y encantadora, conformaban una pareja envidiada por todos. Lo que nadie sabía era que su matrimonio estaba basado en una mentira. Nicolás no la amaba. Se había casado con ella solo para cumplir el último deseo de su padre, sin conocer el secreto que ocultaba el verdadero origen de Aitana. Pero el regreso de Valeria Montenegro, un amor del pasado de Nicolás, lo cambió todo. En la noche de su primer aniversario de bodas, mientras Aitana esperaba darle una noticia que cambiaría sus vidas para siempre, recibe en su lugar los papeles de divorcio de manos del asistente de Nicolás. Esa noche, el futuro de Aitana se desmorona, pero lo que Nicolás aún no sabe es que Aitana guarda un secreto que podría cambiarlo todo: está embarazada. Esta es una historia de traición, secretos y segundas oportunidades, donde el destino de dos almas unidas por un juramento se verá marcado por la verdad oculta tras sus orígenes y las decisiones que tomen en el camino.
Leer másUn año había pasado desde que Aitana Ferrer y Nicolás Valverde contrajeron matrimonio. A los ojos del mundo, parecían ser la pareja perfecta. Nicolás, un hombre serio y comprometido, conocido como el hombre más rico de la ciudad, era admirado por su éxito y su influencia. Aitana, una mujer dulce y dedicada, tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Lo que pocos sabían era que Aitana era la hija del hombre más rico del país, aunque ella misma ignoraba su verdadero linaje debido a secretos que le habían sido ocultados desde su infancia.
Sin embargo, bajo esa fachada de normalidad se escondía una verdad amarga: Nicolás no la amaba. Había aceptado casarse con ella por una única razón: cumplir el último deseo de su padre en su lecho de muerte. Su padre, un hombre cuya influencia en la vida de Nicolás había sido innegable, le había pedido que se casara con Aitana, asegurando que ella sería la esposa perfecta para él. Aunque Nicolás nunca comprendió del todo la urgencia detrás de esa petición, cumplió con la promesa.
A pesar de hacerlo, su corazón pertenecía a otra. Valeria Montenegro, una mujer del pasado que había dejado una marca imborrable en su vida. Cuando Nicolás supo que Valeria había regresado, todo cambió.
La noche del primer aniversario de bodas, Aitana había preparado una cena especial. Había pasado todo el día planificándola, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto, esperando sorprender a Nicolás con una noticia que cambiaría sus vidas para siempre. Pero conforme las horas pasaban y el reloj marcaba las nueve, el asiento frente a ella seguía vacío.
Justo cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse, la puerta se abrió. No era Nicolás. En su lugar, apareció su asistente, Samuel Ruiz, con una expresión grave en el rostro y un sobre en la mano.
—Señora Ferrer —dijo Samuel con voz baja, casi apenada—. El señor Valverde no va a poder venir esta noche. Valeria Montenegro ha regresado, y él quiere estar con ella. Me pidió que le entregara esto.
Aitana tomó el sobre con manos temblorosas, sin poder comprender lo que estaba ocurriendo. Lo abrió lentamente, revelando los papeles de divorcio. La habitación se sumió en un silencio sepulcral mientras ella leía las frías palabras que ponían fin a su matrimonio.
Esa misma noche, Aitana había planeado decirle a Nicolás que estaba embarazada.
La tormenta arreciaba con furia sobre la ciudad, como si los cielos estuvieran en duelo por el dolor de Aitana. Las gotas de lluvia golpeaban los ventanales de la mansión Valverde, resonando como tambores en el vacío silencio que dominaba la casa. Aitana, empapada y temblorosa, permanecía inmóvil frente a la puerta de la mansión, con el sobre en sus manos. Las palabras "Divorcio" escritas en el papel se desdibujaban bajo el agua que se escurría de sus dedos.
Sus piernas, débiles y cansadas por horas de espera, finalmente cedieron, y Aitana se dejó caer sobre los fríos escalones de piedra. Su mente se negaba a procesar lo que acababa de suceder. Todo lo que había construido, toda la ilusión de una vida compartida, se había desmoronado en cuestión de minutos. Nicolás no solo la había abandonado esa noche, sino que también había terminado con su matrimonio de la manera más despiadada. Y lo más cruel de todo era que no sabía nada sobre el hijo que esperaba.
Justo cuando el frío comenzaba a apoderarse de su cuerpo, Aitana escuchó el rugido de varios motores acercándose. Levantó la vista y, a través del velo de lluvia, distinguió una fila de vehículos negros que avanzaban hacia la mansión. Los autos se detuvieron bruscamente frente a ella, sus luces iluminando la oscura fachada de la casa y sus llantas levantando una nube de agua en el aire. Aitana, aturdida y sin comprender lo que sucedía, se quedó quieta mientras la puerta del primer auto se abría.
Un hombre alto, de cabello canoso y porte imponente, se bajó del vehículo. Llevaba un traje oscuro, impecablemente planchado, y un paraguas negro que abrió con destreza. Al acercarse, sus ojos grises y severos se suavizaron al reconocerla. Era un rostro conocido para ella, pero no podía recordar de dónde.
—Señorita Ferrer —dijo con una voz profunda, haciendo una leve reverencia—. Debe acompañarnos, por favor. Es importante.
Aitana, desconcertada y sin fuerzas para resistirse, asintió débilmente. "¿Nicolás?", pensó. Quizás había cambiado de opinión. Quizás había enviado a estas personas para llevarla con él, para explicarle lo que había sucedido, para disculparse. Esa idea la mantenía en pie mientras el mayordomo la ayudaba a levantarse con cuidado.
La lluvia seguía cayendo en cascada cuando Aitana fue escoltada hacia el interior del vehículo principal. Desde su asiento, pudo ver cómo los otros hombres, vestidos igualmente de negro, bajaban cajas y paquetes envueltos en cintas doradas de los maleteros de los autos. ¿Regalos? No podía entender lo que estaba pasando, pero la fatiga y el shock la llevaron a cerrar los ojos mientras el auto comenzaba a moverse.
El trayecto fue largo. Aitana apenas podía mantenerse consciente, agotada por las emociones que la habían consumido esa noche. Cuando finalmente abrieron las puertas del auto y la ayudaron a salir, se encontró ante una mansión aún más grande y majestuosa que la de Nicolás. Los jardines eran extensos y perfectamente cuidados, y la entrada principal estaba iluminada por candelabros dorados que parecían sacados de un palacio.
Al cruzar las enormes puertas de roble, un cálido resplandor la envolvió. El interior de la mansión era opulento, con mármoles blancos y columnas imponentes que sostenían el techo abovedado. En el vestíbulo, un grupo de personas la esperaba en silencio, todos vestidos con elegancia y seriedad. El mismo mayordomo que la había recogido en la mansión Valverde se adelantó y se dirigió hacia una figura en el centro del grupo.
—Señora, la hemos encontrado —anunció con una leve inclinación de cabeza.
Aitana, confundida, dirigió su mirada hacia la mujer que ahora se acercaba. Era una mujer alta, de unos cincuenta años, con cabello oscuro recogido en un moño perfecto. Sus ojos eran de un azul profundo, llenos de una autoridad incuestionable. Vestía un elegante traje de diseñador, que acentuaba su figura delgada pero imponente. La mujer se acercó a Aitana y la miró con intensidad, como si estuviera evaluando cada detalle de su rostro.
—Bienvenida a casa, Aitana —dijo la mujer con una voz firme pero sorprendentemente cálida—. Soy Victoria Alarcón, tu abuela.
Las palabras golpearon a Aitana como una ráfaga de viento. ¿Su abuela? Pero su abuela había muerto cuando era una niña, o al menos eso le habían dicho. Su cabeza daba vueltas mientras intentaba asimilar lo que estaba escuchando.
—Debo... debo estar soñando —murmuró, llevándose una mano a la frente—. Esto no puede ser real.
Victoria sonrió levemente, un gesto que no llegó a sus ojos.
—No, querida. Esto es tan real como la sangre que corre por tus venas. Eres una Alarcón, y es hora de que sepas la verdad sobre tu linaje.
Aitana se tambaleó hacia atrás, pero antes de que pudiera caer, Victoria la sostuvo por los hombros, firme pero con una suavidad que la sorprendió.
—Tu padre, el verdadero patriarca de nuestra familia, es el hombre más poderoso de este país. Y tú, Aitana, eres su única heredera. Por razones que aún no puedes comprender, se te ha mantenido al margen de todo esto... hasta hoy.
Los recuerdos de su infancia comenzaron a resurgir en su mente. Sombras de conversaciones secretas, susurros en la oscuridad, las miradas preocupadas de su madre. Siempre había sentido que algo no cuadraba, pero jamás había podido precisar qué era. Ahora, de repente, el mundo entero parecía haberse desmoronado para luego reconstruirse de una manera que jamás habría imaginado.
—¿Por qué ahora? —preguntó Aitana con voz débil, sintiendo cómo sus piernas volvían a flaquear.
—Porque las cosas han cambiado —respondió Victoria con seriedad—. Tu matrimonio con Nicolás Valverde ya no tiene sentido. Y la familia Alarcón necesita a su heredera.
Aitana sintió una oleada de confusión, rabia y miedo. Había perdido a su esposo en una noche que debería haber sido de celebración, solo para descubrir que su vida entera era una mentira. Pero por encima de todo, pensó en el hijo que llevaba dentro de ella. Si todo lo que esta mujer decía era cierto, entonces su hijo también era un Alarcón.
Victoria, como si leyera sus pensamientos, suavizó su expresión.
—Lo sé todo, querida. Sé que estás esperando un hijo. Y aunque ahora te sientas perdida, te prometo que haremos lo que sea necesario para protegerte a ti y a ese niño. Aquí, en esta casa, es donde realmente perteneces.
Aitana miró alrededor, viendo los rostros expectantes de la familia que hasta hacía unos minutos eran completos desconocidos. Ahora, estos desconocidos afirmaban ser su verdadera familia. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras se daba cuenta de que su vida, tal como la conocía, había cambiado para siempre.
—Descansa esta noche —dijo Victoria con una voz más suave—. Mañana comenzaremos a desvelar todos los secretos que te han sido ocultados.
Aitana asintió lentamente, incapaz de articular una respuesta. Fue llevada a una lujosa habitación, mucho más grande que cualquier lugar en el que había vivido antes. Se dejó caer sobre la suave cama y, por primera vez en toda la noche, permitió que el agotamiento la venciera.
Mientras sus ojos se cerraban, una última pregunta se repetía en su mente: ¿Qué significaría todo esto para su futuro?
Mientras luchaban, la tensión en la sala alcanzó su punto máximo. Los hombres de Espectro se movían en sincronía, coordinando ataques desde múltiples direcciones, mientras Nicolás intentaba mantener la ventaja. Sin embargo, el Espectro parecía tener una ventaja estratégica, anticipando los movimientos de Nicolás con una precisión que lo dejaba sin opciones.—Has cambiado, Valverde —dijo el Espectro mientras esquivaba un disparo—. Has pasado de ser un líder ambicioso a un hombre obsesionado con destruir lo que alguna vez construiste.—No he cambiado —respondió Nicolás con furia—. Solo he visto la verdad. La verdad de que todo lo que haces es oprimir y controlar. No voy a dejar que continues.En un movimiento rápido, el Espectro lanzó una granada hacia Nicolás, quien apenas logró esquivarla antes de que explotara, llenando la sala de humo y polvo. La visibilidad se redujo drásticamente, y ambos hombres se encontraron luchando en la oscuridad, tratando de localizar al otro.Nicolás, apro
El amanecer comenzaba a teñir el horizonte con tonos rojizos y anaranjados cuando Nicolás y Ricardo regresaron al almacén secreto. Las primeras luces del día apenas iluminaban el lugar, pero la tensión en el aire era palpable. Los papeles con la información sobre el “Espectro” estaban cuidadosamente dispersos sobre la mesa, una red de conexiones que prometía revelar la verdadera cara de sus enemigos.Ricardo se acercó a Nicolás, su rostro reflejando la gravedad de la situación.—Tenemos que movernos rápido, Nicolás —dijo, señalando las coordenadas y nombres que habían obtenido de Elías—. El Espectro está consciente de que estamos buscando su identidad. Probablemente ya está reforzando sus defensas y moviendo sus piezas.Nicolás asintió, sus ojos fijos en los papeles. Sabía que cada segundo contaba y que cualquier retraso podría significar su fin.—Organizaremos una operación doble. Mientras tú y tu equipo interceptan a los contactos de Espectro en el puerto, yo me infiltraré en su bas
Nicolás abandonó el edificio con el peso de la conversación aún retumbando en su mente. Sentía el filo de una nueva batalla y la tensión de un juego en el que, por primera vez, sus adversarios mostraban rastros de interés genuino en neutralizarlo. Las amenazas en los ojos del hombre que acababa de ver le habían dejado claro que sus enemigos ya no eran simplemente figuras en la sombra; ahora, los líderes de la Red estaban moviendo piezas.La noche había caído por completo cuando Nicolás llegó a su refugio temporal, un ático sin muebles, cuya única compañía eran las luces de la ciudad titilando a través de las ventanas sucias. Sabía que no podía quedarse quieto, y las palabras del hombre resonaban una y otra vez: *“Una vez que cruce este umbral, no habrá retorno.”* Pero, para Nicolás, ya no existía posibilidad de retorno, no después de todo lo que había perdido.Estaba revisando los informes de sus movimientos recientes cuando un sonido suave en la puerta captó su atención. Sacó su arma
La explosión que Nicolás había provocado había desatado una reacción en cadena, una de la cual se nutría su propósito. En los días siguientes, el eco de aquel ataque se propagó por las calles, alcanzando oídos en todas partes. Las sombras comenzaron a moverse en respuesta, y los informes llegaban cada vez con más frecuencia, detallando cambios en los patrones de los enemigos y el pánico que empezaba a cundir entre los miembros menos importantes de la red. Sin embargo, lo que Nicolás ansiaba era una señal de sus líderes, algo que le revelara más sobre quién controlaba el juego desde las sombras.Esa mañana, Nicolás y Ricardo se reunieron en un almacén alejado, uno de los pocos lugares que aún consideraban seguros. El ambiente era denso y cargado de tensión; los informes sobre nuevos movimientos de sus enemigos los mantenían alerta y en constante espera de lo inevitable. Nicolás repasaba con Ricardo las rutas de escape y las localizaciones de las personas clave cuando uno de sus hombres
Nicolás sabía que la última batalla apenas había dejado una muestra del caos que se aproximaba. A pesar de haber logrado escapar con Olivares, la noche le había revelado el verdadero alcance del poder de sus enemigos. La red que los rodeaba era más amplia y profunda de lo que había imaginado, una red construida con paciencia y determinación, tejida en la sombra por manos expertas.Esa mañana, Nicolás y Ricardo se encontraban en un almacén secreto, uno de los pocos lugares que consideraba seguro. El lugar estaba rodeado de altos muros y custodiado por un equipo de seguridad en el que podía confiar, aunque cada vez sentía que confiar en alguien era un lujo que no podía permitirse. Las sombras estaban más cerca de lo que nunca habían estado, y la desesperación por el control empezaba a llevarlo a terrenos que jamás pensó que pisaría.Ricardo revisaba un mapa de la ciudad, sobre el que había señalado los puntos donde se sospechaba que los enemigos de Nicolás operaban. Los rostros de sus a
El día comenzaba a amanecer cuando Nicolás y Ricardo abandonaron la bodega donde habían dejado a Mendoza. Con cada paso que daban, Nicolás sentía la determinación encenderse en él. La traición que acababa de descubrir dejaba al descubierto una red de mentiras que había permanecido oculta por años. Alguien, alguien que consideraba cercano, había orquestado cada uno de los movimientos que lo habían conducido hasta ese punto.Ricardo lo miró mientras caminaban de regreso al vehículo.—¿Y ahora qué sigue, jefe? —preguntó con voz grave—. Tenemos la información de Mendoza, pero... no hay manera de saber qué tan lejos llega esto.Nicolás se detuvo y observó el amanecer, sus ojos oscuros reflejando la tenue luz. El cansancio en su rostro parecía disiparse, reemplazado por una intensidad que Ricardo no había visto en él en mucho tiempo.—Ahora seguimos el rastro —respondió Nicolás, su voz cargada de firmeza—. Si Mendoza dijo la verdad, entonces esta persona tiene más aliados de los que imaginá
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