Alonzo, cubierto de polvo y con el auricular de comunicación pegado a la oreja, alzó la vista desde el porche. Estaba organizando el perímetro, colocando francotiradores y dando instrucciones por radio a los hombres apostados en las torres de vigilancia.—¡Ya vienen! —respondió sin rodeos—. Cuatro camionetas al norte, dos al este. Vittorio no está jugando.Dante no respondió. Sus ojos oscuros brillaron con furia y determinación. Ajustó el cargador de su arma y giró hacia la escalera de mármol.—¡Tú ve al oeste! Yo me encargo de la entrada. Nadie entra... nadie.Mientras tanto, tres hombres del equipo de élite de Dante subían los peldaños de dos en dos. Sus pasos eran firmes, sus miradas duras. Al llegar a la habitación en el segundo piso donde se resguardaban Aurora y Bianca, uno de ellos tocó con fuerza.—¡Señorita Aurora, señorita Bianca! Tenemos que llevarlas a un lugar seguro. ¡Rápido, por favor!Dentro, Aurora se irguió al instante. El corazón le latía con violencia dentro del p
A lo lejos, entre los restos chamuscados de los arbustos del jardín, Alonzo también emergía, cubierto de polvo, con una herida sangrante en la frente y el hombro derecho dislocado. Su chaqueta estaba hecha un caos, pero sus ojos estaban vivos.—¡Levántense, carajo! —gritó a los pocos hombres que aún respiraban entre los restos del jardín—. ¡No ha terminado!Uno de los francotiradores logró incorporarse con dificultad. Otro, cojeando, buscó su rifle entre los escombros. Las voces rotas se mezclaban con el crujir del metal y el silbido de las llamas que aún ardían en partes de la entrada.Dante avanzaba, jadeando, por el pasillo principal. Su mirada escaneaba el caos, los cuerpos, el desastre... hasta que la vio.Aurora yacía a unos metros de la gran escalera, su vestido cubierto de polvo, su cuerpo desmayado y sin señales de movimiento. Bianca estaba metros más adelante , pero Aurora... milagrosamente seguía allí.—¡No... no! —murmuró Dante con el corazón encogido.Corrió como pudo hac
Los disparos retumbaban por cada rincón de la mansión como una sinfonía de guerra. El suelo estaba cubierto de casquillos y sangre, el aire espeso por el humo de los explosivos. Pero aun así, Dante no se detenía.Con el rostro cubierto de sudor, polvo y sangre, avanzaba entre cuerpos, bajando a los últimos hombres de Vittorio con la furia de un hombre que ya no conocía el miedo. La rabia le quemaba las entrañas. Aurora estaba herida, Bianca entre los escombros y su casa en ruinas. Y todo por culpa de un solo nombre: Vittorio.En ese momento, una de las camionetas negras estacionadas cerca del portón principal comenzó a moverse. El motor rugió. El humo de los neumáticos se mezcló con el del incendio. Desde la distancia, Dante reconoció la silueta que subía al vehículo.—¡No…! —murmuró, con los ojos inyectados en sangre.Allí estaba él. Vittorio. Con su elegante abrigo manchado de polvo y sangre ajena. Con la máscara de lobo colgando de su cuello y esa expresión maldita de superioridad
La noche se tragaba el bosque con su aliento gélido. El crujido de las ramas bajo sus botas y el latido ensordecedor en sus oídos eran lo único que Dante oía mientras avanzaba, la arma en mano, entre árboles retorcidos como garras. Detrás, en otro camino, Alonzo se había separado para cubrir más terreno.—¡Vittorio! —gritó Dante con la voz rota por la rabia—. ¡Sal de tu escondite, cobarde!!Un susurro. Un movimiento entre los troncos. El crujido de hojas pisadas. Dante giró de golpe. Lo vio.A unos metros, la silueta de Vittorio emergió de entre la oscuridad. Su abrigo desgarrado, la máscara de lobo colgando de su cuello, y los ojos encendidos de odio.—¿De verdad crees que vas a atraparme, maldito? —espetó Vittorio con una sonrisa desquiciada.Dante no respondió al principio. Solo sonrió, una mueca tensa, salvaje, mortal.—No vine a atraparte, Vittorio. Vine a matarte.—¿A matarme? —Vittorio rió, con los ojos brillando de locura —. ¡Seré yo quien te mate a ti, Dante! ¡Tú asesinaste a
La maleza crujía bajo sus botas mientras Alonzo avanzaba por el bosque, con la respiración agitada y la mirada afilada. Aún sentía el zumbido de la explosión retumbando en su cráneo, pero eso no lo detendría. No mientras Dante estuviera desaparecido… o peor.Se detuvo de golpe al ver las marcas en el barro húmedo: neumáticos, ramas partidas, y pequeñas manchas de sangre. Se agachó, tocó el rastro con la yema de los dedos. Todavía tibio.—Mierda… —murmuró, con el ceño fruncido.A unos metros, algo brillaba entre la tierra: un casquillo de bala vacío. Y más adelante, una máscara de lobo abandonada, con la cuerda desgarrada.Alonzo la levantó—Vittorio —escupió el nombre como veneno.Apuntó con su arma, tenso, girando lentamente sobre sí mismo. Nada. Solo el susurro del bosque, ramas meciéndose al ritmo del viento.Sacó el intercomunicador de su chaleco.—Aquí Alonzo. Dante ha sido capturado. Repito, Dante está en manos de Vittorio. Encontré sangre, huellas, y la máscara del bastardo. D
La mansión ardía en un silencio fúnebre cuando Alonzo cruzó las puertas nuevamente. El olor a ceniza, pólvora y sangre flotaba en el aire como un fantasma reciente. Las paredes habían resistido, pero el alma de aquel lugar estaba herida. Y él también.Subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a la biblioteca, el único lugar que Dante consideró seguro para ella. Empujó la puerta lentamente y la vio allí, tendida sobre un sofá, envuelta en una manta, aún inconsciente, con el rostro pálido y una fina línea de sangre seca sobre la frente.Alonzo se acercó con pasos silenciosos. Se arrodilló a su lado y le acarició lentamente la mejilla con los dedos, retirando un mechón de cabello de su rostro.—Mierda, Aurora… —susurró con amargura—. ¿Por qué carajo sigo amándote?Como si su voz la reclamara, ella abrió los ojos poco a poco. Parpadeó varias veces, desorientada. Entonces lo vio. El rostro de Alonzo, duro y noble a la vez, reflejaba un mar de emociones encontradas.—¿Estás bien? —preg
La biblioteca seguía envuelta en un silencio tenso. Las cortinas estaban parcialmente rasgadas por la explosión, dejando que los primeros rayos del amanecer filtraran una luz débil y pálida sobre los libros desordenados y el suelo cubierto de polvo. En medio del caos, Aurora seguía allí, sentada en uno de los sillones de cuero, con la mirada fija en un punto invisible del suelo.Su cuerpo temblaba, no de frío, sino de incertidumbre.Había perdido la noción del tiempo desde que Alonzo salió con sus hombres. Las últimas palabras de él seguían resonando en su cabeza: “Te prometo que te lo traeré. Mientras tanto, quiero que me ayudes. Desde ahora estás a cargo.”Aurora respiró hondo. Se limpió las lágrimas secas con el dorso de la mano. Aún tenía polvo en la frente, sangre seca en la comisura de los labios y un nudo en la garganta.La puerta se abrió sin previo aviso.—¿Señorita Aurora? —preguntó uno de los hombres que Alonzo había dejado a su servicio.Ella se giró lentamente, con la mi
La voz entrecortada de Alonzo estalló en el intercomunicador de la biblioteca, sacudiendo a Aurora, quien seguía sentada aún en el sofá. Aurora parpadeó con fuerza, tragando el nudo que se le formaba en la garganta. Levantó el pequeño dispositivo y apretó el botón con manos temblorosas.—Te copio, Alonzo… estoy aquí… —respondió, con voz firme pero agitada. Las líneas del horizonte comenzaban a difuminarse con el peso de la noche, y un aire espeso, cargado de tensión, envolvía los campos italianos como una amenaza silente. La voz de Alonzo rompió el silencio dentro del todoterreno blindado que lideraba el convoy.—Aurora, voy para allá —dijo con firmeza por el intercomunicador, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera que vibraba bajo las ruedas a toda velocidad —. Escúchame bien. Hasta que llegue, da órdenes claras a los hombres que dejé contigo. Quiero el perímetro asegurado. Nadie entra, nadie sale.Del otro lado de la línea, Aurora respiraba con rapidez. Su voz tembloro