El convoy de vehículos se detuvo en silencio a una cuadra del Red Velvet.
Dante bajó primero, su silueta oscura recortada contra la tenue luz de la madrugada.
Alonzo le siguió, junto con otros seis hombres armados.
Todos llevaban ropa negra, chaquetas ajustadas, armas ocultas bajo los abrigos.
La orden era clara, nadie entra, nadie sale. Todo el perímetro había sido sellado.
Dante ajustó la radio en su oído.
—Equipo Alfa, entrada principal. Equipo Bravo, por la central. Equipo Charlie, cubran la salida trasera.
Un murmullo de afirmación recorrió el grupo. En menos de un minuto, las sombras se desplegaron.
El asalto iba a ser rápido, brutal y definitivo. Alonzo miró a Dante una última vez.
—¿Listo?
Dante sonrió, una sonrisa cruel y hambrienta de violencia.
—Siempre.
Con una patada, rompió la puerta principal. El Red Velvet se sumió en el caos.
La música estridente, los gritos de sorpresa, las copas cayendo al suelo.
Los clientes y empleados corrieron en todas direcciones.
Algunos de lo