BOLONIA En el jet privado, rumbo a BoloniaLa cabina estaba iluminada solo por las luces suaves de emergencia. Dante permanecía de pie, los brazos cruzados, mirando por la ventanilla oscura.El reflejo de su rostro era una máscara de furia contenida. Alonzo, sentado en uno de los sillones de cuero, revisaba un mapa digital.Cada segundo perdido era una daga hundiéndose más en su paciencia.—Tenemos hombres desplegados en las tres propiedades que Antonio posee en Bolonia —informó Alonzo, sin levantar la mirada—. Pero si es inteligente, no la tendrá en ninguna de ellas.Dante asintió, sin apartar la vista.—Buscará algo discreto. Viejo. Que pase desapercibido.El motor del jet vibraba con fuerza bajo sus pies, como si la máquina también compartiera su desesperación.Dante cerró los ojos un momento, respirando hondo.Aurora. ¿Estaría bien? ¿Estaría resistiendo? Cuando abrió los ojos, eran de pura determinación.—Dile a todos. Si alguien ve movimiento, si alguien intercepta siquiera un
El sonido de pasos apresurados retumbó en el pasillo antes de que Mateo abriera la puerta de golpe. No venía solo, una mujer de mediana edad, delgada, con lentes de marco grueso y un maletín de cuero, lo seguía de cerca. La médica ni siquiera miró a Aurora a los ojos, como si ya supiera que aquello no era una consulta voluntaria.—Siéntate —ordenó Mateo en tono seco, señalando la cama.Aurora obedeció en silencio, su cuerpo tenso, sus ojos siguiendo cada movimiento de la doctora mientras está sacaba una pequeña prueba de embarazo de su bolso. Bianca estaba junto a ella, dándole fuerza solo con su presencia.La médica le pasó una pequeña copa y le indicó, con un gesto impersonal, que fuera al baño. Aurora no dijo una palabra. Cada músculo de su cuerpo parecía estar hecho de plomo mientras caminaba tambaleante hasta el diminuto baño de la habitación.No pasaron ni diez minutos antes de que la doctora saliera con el test en la mano. Un silencio cortante llenó el cuarto. Aurora regresó
Mateo caminó con paso firme por el pasillo hasta llegar a la habitación donde Aurora estaba encerrada. Golpeó dos veces y abrió sin esperar respuesta. Bianca, que estaba sentada junto a Aurora, se levantó con tensión. Aurora permanecía en la cama, pero su mirada ardía como fuego. Mateo sonrió con esa arrogancia característica suya.—Bueno, princesa... es hora de que empieces a complacer al jefe —él dijo con tono burlón..En cuanto Mateo se acercó y la sujetó del brazo, Aurora reaccionó con furia. —¡Suéltame! —gritó, y alzó la mano con fuerza, golpeándolo en el rostro y dejándole una línea roja de uñas marcadas sobre la mejilla. Mateo soltó una risa seca, furioso pero entretenido, y la sujetó con más fuerza del otro brazo. —Eso va a costarte caro —musitó con rabia. Bianca intentó interponerse, pero él la empujó sin mirarla siquiera. Tirando casi a rastras de Aurora, la sacó de la habitación rumbo al salón, mientras ella forcejeaba, gritando el nombre de Dante, con los ojos llenos
La puerta se abrió con un rechinido, Antonio se detuvo un segundo antes de cruzar el umbral, como si estuviera saboreando el momento. Su cuerpo estaba completamente tenso, la irritación lo recorría una y otra vez, mientras tenía un mal sabor de boca imaginando lo que podría llegar a hacer mientras que Aurora siguiera siendo esa persona que lo pusiera en completo descontrol. Llevaba un traje negro impecable, la camisa ligeramente abierta, y en sus ojos brillaba esa mezcla enfermiza de poder, rabia contenida y deseo reprimido. Cruzó la habitación en silencio, como un depredador que ha acechado por días y finalmente tiene a su presa acorralada. Una presa a la que disfrutó cazar. Aurora estaba sentada en un rincón, con los brazos cruzados sobre su abdomen y la mirada perdida en el suelo. Su mente aún estaba asimilando el embarazo, aún estaba asimilando que tenía una vida dentro de ella, una vida que había sido concevida con amor. Un hijo de Dante y de ella... un hijo producto del amor
Antonio caminaba por los pasillos de su mansión con paso firme, arrastrando consigo una mezcla de satisfacción y nostalgia que le endurecía el rostro y le iluminaba los ojos. El silencio del lugar solo era interrumpido por el eco de sus zapatos sobre el mármol. Al llegar a la biblioteca, abrió con delicadeza uno de los cajones del escritorio, sacando los papeles que había guardado con tanto recelo, los exámenes de embarazo de Aurora. Los miró durante unos segundos, repasando con la vista cada línea como si fueran versos sagrados. Luego, con una sonrisa enorme y cargada de un orgullo casi infantil, les tomó una foto con su teléfono y la envió directamente a Dante. El gesto tenía algo de desafío, algo de redención.Encendió un puro con la calma de un hombre que ha esperado demasiado para disfrutar de un triunfo silencioso. Aspiró el humo lentamente, sintiendo cómo el sabor amargo se mezclaba con la dulzura de sus pensamientos. Mientras exhalaba una densa nube gris que se dispersaba e
La noche había caído sobre Bolonia como una mancha de tinta derramada, devorando los últimos rastros de luz. Las ruedas del auto crujieron sobre la gravilla húmeda del camino cuando se detuvieron frente a la vieja mansión de Dante, la era fachada imponente, coronada por torres góticas y ventanas como ojos vacíos, parecía observar con juicio a quienes se atrevían a cruzar sus portones.Dante salió primero. Su abrigo largo ondeó con el viento frío, como una sombra alargada. Alonzo lo siguió en silencio, cerrando la puerta con un leve clic metálico. En cuanto los pies de Dante pisaron los escalones de mármol, giró apenas la cabeza, y con voz seca, rugió.—¡Que todos los hombres se dispersen! ¡No quiero ni un rincón sin revisar! ¡Si encuentran algo, por mínimo que sea, me llaman de inmediato!Un grupo de seis hombres bajó del vehículo que los seguía. Sin responder, se esparcieron en la oscuridad con linternas encendidas, buscando señales entre la maleza, los senderos ocultos, los muros ex
La habitación se sacudió como un reflejo distorsionado cuando Antonio alzó el brazo. Aurora no tuvo tiempo de reaccionar, de esquivar, de gritar. El golpe fue certero, brutal, dirigido al costado de su cabeza. Un estallido blanco nubló su vista y luego, la oscuridad la devoró por completo.El cuerpo de Aurora se desplomó sobre la alfombra como una marioneta sin hilos.Un rayo de sol filtrado entre las rendijas de la persiana fue lo primero que sintió. Ardía contra su rostro. Aurora abrió los ojos lentamente, con los párpados pesados, la boca seca y un sabor metálico en la lengua. Un pitido leve latía en sus oídos. No recordaba en qué momento había perdido el conocimiento, pero el dolor en su sien le devolvió la memoria como una bofetada helada.Intentó moverse. Las muñecas le dolieron de inmediato: estaban atadas a los extremos del cabecero de hierro forjado de una cama extraña. Los tobillos también. El colchón era duro, áspero. Y la habitación estaba en penumbra.Se giró con dificul
La tarde caía, una tarde helada, tiñendo el cielo de un rojo profundo que parecía anunciar una tormenta. La mansión, de arquitectura señorial y muros cubiertos de hiedra, se alzaba silenciosa entre su alrededor.Las fuentes del jardín ya no murmuraban, como si incluso el agua contuviera la respiración. El silencio fue interrumpido por el chirrido de las grandes puertas de hierro.Giuseppe cruzó el umbral, jadeando apenas por la caminata apresurada desde el pueblo. Su rostro curtido por los años y la lealtad, lucía tenso, sus ojos oscuros se movían con ansiedad. Apenas puso un pie dentro, se detuvo en seco.Allí, en el gran vestíbulo, estaban ellos.Dante estaba de pie junto al ventanal, su silueta recortada contra la luz del crepúsculo, con las manos cruzadas tras la espalda y la mandíbula tensa. A su derecha, Alonzo, más sombrío, apoyado contra una columna, con una expresión tan tensa como peligrosa. El aire entre ambos parecía cargado de pólvora.Giuseppe palideció.—Señor Dante...