El sol de media mañana caía con dulzura sobre el campus universitario. Bella, con sus largos rizos oscuros atados en una coleta alta y su mochila colgando de un hombro, se acomodó en el asiento trasero de la camioneta negra blindada.
Sus dos guardaespaldas, vestidos con trajes grises, se sentaron al frente. Uno conducía, el otro vigilaba por la ventana. No era raro para ella, hija de Dante y Aurora, estar siempre bajo resguardo.
—¿Lista para tu primer día, señorita Isabella? —preguntó Mario, el más veterano de sus escoltas.
—Listísima —respondió ella con una sonrisa, sacando su cámara análoga de la mochila—Hoy quiero capturar el alma de este lugar.
La camioneta avanzaba lentamente por la avenida principal de la ciudad cuando, al llegar a una intersección, un deportivo negro se cruzó de forma imprudente.
El frenazo fue seco. Bella se aferró al asiento. El guardia del copiloto se bajó rápidamente y Mario hizo lo mismo.
—¿Está ciego o qué? —gritó el guardaespaldas de Bella al joven del