Aurora estaba frente al espejo, en una habitación luminosa del lugar. Su vestido blanco de encaje parecía tejido por las manos del tiempo, con detalles de perlas diminutas que recorrían su espalda y mangas como hilos de recuerdos. A su lado, Bianca la observaba con lágrimas contenidas, vestida con un diseño marfil de escote discreto, elegante y poderoso, como ella.
—Estás hermosa —murmuró Bianca, colocando una rosa blanca en el cabello suelto de Aurora—. Dante no va a poder respirar cuando te vea.
Aurora sonrió, nerviosa. Le temblaban las manos. No por miedo, sino por la magnitud del momento.
Había cruzado tantas sombras para llegar hasta allí. Había sobrevivido a la traición, a la pérdida, a la guerra. Y ahora, estaba a punto de unir su vida nuevamente con el hombre que había sido su verdugo, su salvador, su amor.
Francesco entró entonces, caminando con paso firme. Ya no quedaban rastros de los tubos ni las máquinas del hospital. Vestía un traje gris oscuro, sobrio, y en sus brazos,