Mientras tanto el el club infierno. Un golpe seco en la puerta hizo que Antonio levantara la mirada de sus papeles. Era Mateo, sudoroso y con el ceño fruncido.
—Señor, tenemos información fiable... —dijo, con la voz tensa—. Es cuestión de tiempo para que Dante llegue aquí. Está siguiendo las pistas, y no viene solo.
Antonio frunció el ceño, su mandíbula tensándose de furia. Se levantó de la silla de un golpe y caminó hacia la ventana, donde la noche se espesaba como un presagio. Sin volverse, ordenó con voz de acero.
—Tráiganme a Aurora. Ahora mismo. —Su mente ya trabajaba con rapidez, no podía arriesgarse a perder su trofeo allí.
Era hora de moverla... de esconderla en un lugar donde ni Dante ni el mismo diablo pudieran encontrarla.
Antonio caminaba con paso decidido por el pasillo privado del Club Inferno, sus zapatos resonando sobre el mármol sucio.
No necesitó dar muchas órdenes, sus hombres ya sabían qué hacer. Aurora, débil por el vómito y la angustia, apenas se mantenía en