—¿Quién eres tú, mujer? —dijo Ruby, su voz temblando de ira y desafío—. Yo soy la nueva Luna, te ordeno que limpies y seas mi criada.
La mujer, con un gesto despectivo, chasqueó los dedos, mirándola con ferocidad.
Sus ojos, oscuros como la noche, brillaban con una rabia contenida que parecía a punto de estallar.
Isabella sintió cómo la rabia la invadía, como un fuego que ardía en su interior, y sin pensarlo, abofeteó a la mujer.
Ruby cayó al suelo, atónita, sus ojos se abrieron con sorpresa y dolor.
—¡Maldita! —gritó, levantándose con una furia que la hacía temblar.
Estaba a punto de lanzarse contra Isabella, pero los guardias la detuvieron, sus manos firmes como el acero.
—¿Qué hacen? ¡Soy la nueva Luna! Es a ella a quien deben arrestar —dijo Ruby, su voz llena de desesperación y confusión.
Pero los hombres no se inmutaron, sus rostros eran impasibles.
—Solo obedecemos órdenes de nuestra Luna verdadera —respondieron, como si esas palabras fueran un mantra.
—¿Luna verdadera? —exclamó R