Isabella observó la patética escena que se desarrollaba ante sus ojos, su corazón latiendo con una mezcla de rabia y desdén.
La imagen de Ruby, con el trozo de vidrio aún en su mano y la sangre manando de su muñeca, la llenó de una profunda frustración.
Sin poder soportar más, dio la vuelta y salió de la mansión, sintiendo cómo la ira burbujeaba en su interior.
Cuando Kaen la vio partir, un impulso instintivo lo llevó a intentar ir tras ella.
—¡Kaen, me muero! —gritó Ruby, su voz llena de dolor y desesperación.
—¡Es una herida superficial, Ruby! —respondió él, tratando de mantener la calma en medio del caos emocional.
Sin pensarlo dos veces, la cargó en sus brazos y la llevó a una habitación cercana, donde la luz tenue apenas iluminaba el ambiente.
Ruby se retorcía, quejándose, pero Kaen no podía permitirse distraerse.
Sabía que su prioridad era cuidar de ella, aunque su mente estuviera ocupada con la imagen de Isabella alejándose, como una sombra que se desvanecía en la distancia.
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