—¡Nunca me uniré a Claire! —gritó Alfa Kaen, su voz resonando con una fuerza que parecía sacudir los cimientos de la mansión. Con determinación, salió hasta la puerta, donde lo esperaba un mar de lobos, sus miradas llenas de reproche y desconfianza. Era una multitud de rostros, cada uno reflejando la angustia y la ira acumuladas por la ausencia de su Luna.
Kaen se plantó firme, su presencia imponente calmó momentáneamente la agitación que lo rodeaba. Con una orden de Alfa, hizo que todos se doblegaran ante él, un gesto que, aunque poderoso, no podía borrar el descontento que latía en el aire.
—¡Yo soy el Alfa Kaen y ustedes tienen una única Luna! Luna Isabella… —declaró, su voz resonando con la autoridad que siempre había llevado consigo.
—¡Luna Isabella, la que tú asesinaste por venganza! —gritaron cientos de ellos en un coro de voces enardecidas. Sus palabras eran dagas, y cada acusación le dio escalofríos a Kaen, como si cada una de ellas atravesara su corazón.
—¡Yo nunca mataría a