Kaen dio un paso adelante, sus ojos dorados brillaban con una mezcla de miedo, remordimiento y asombro.
Los pequeños seguían dormidos, ajenos al caos que los rodeaba. Extendió una mano temblorosa, queriendo sentir aunque fuera un instante el calor de sus cachorros… pero la anciana Lady July se interpuso de inmediato, con una fuerza inesperada.
—¡No te atrevas! —rugió con una voz cargada de furia—. ¡Tú no mereces que esos pequeños te llamen padre!
Kaen se detuvo, el pecho agitado.
—Por favor —susurró—. Sé que me equivoqué, sé que… la herí. Pero no sabía toda la verdad, son mis cachorros, mis hijos.
—¡No, Kaen! —la interrumpió la anciana, con los ojos llenos de lágrimas y rabia—. No lo sabes. ¿Acaso ya te dijeron que mi hija es inocente? ¡Isabella jamás lastimaría a nadie, menos a una mujer embarazada!
Él bajó la mirada, sintiendo cómo la culpa lo devoraba por dentro.
—Yo… —intentó decir algo, pero las palabras no salían.
—¿Tú qué? —lo retó ella, dando un paso hacia él—. Por la Diosa de