—¡No puede ser! ¡No, estás muerta! —gritó Dante con una fuerza que retumbó en toda la sala, como un rugido de desesperación mezclado con furia.
Su voz se quebraba por el desconcierto y la rabia, y todos los presentes se congelaron por un instante, mirándolo con sorpresa y temor. Era imposible creer lo que acababan de presenciar.
Isabella caminó con pasos firmes, aunque a tientas, sujetándose del brazo fuerte de Kaen, quien la guiaba con delicadeza y seguridad.
—Sorpresa, tío —dijo ella con una voz clara y desafiante, cargada de arrogancia y orgullo—. No morí, sobreviví… y estoy aquí para demostrarles que incluso ciega, incluso después del fuego y del miedo, puedo sobrevivir. He vuelto con vida, como la legítima heredera de esta manada.
Un murmullo recorrió la sala como un viento frío. Los presentes intercambiaban miradas, incapaces de ocultar la incredulidad.
—¡Está viva! —exclamó uno de los lobos mayores, con los ojos brillando de admiración y asombro—. Es cierto… tiene sangre de Alfa