—Esta noche se harán los rituales de purificación —anunció el anciano mayor con voz solemne, cada palabra cargada de tradición—. Y pasado mañana, a las tres de la mañana, en la hora exacta de la Luna nueva, se celebrará el ritual de coronación. ¡Felicidades, Luna Isabella! Tu padre estaría orgulloso de ti.
Las palabras resonaron en el aire como campanas sagradas.
Isabella sonrió, pero tras esa sonrisa había una punzada de nostalgia que la atravesó.
Su corazón latió con fuerza, y por un instante, recordó a su padre: su voz firme, su mirada llena de orgullo, las promesas incumplidas que había quedado pendiente vengar.
—Gracias por creer en mí —respondió, conteniendo la emoción que amenazaba con quebrarle la voz.
En la otra esquina del salón ceremonial, Dante apretaba los dientes con tanta fuerza que parecía que se los rompería.
Su sangre hervía con furia, pero su rostro era una máscara perfecta: levantó la barbilla, mostró una sonrisa amplia y se acercó.
—¡Mi querida sobrina! —entonó, c