Kaen sonrió con esa calma que solo tienen los que ya han peleado y saben que la tormenta quedó atrás.
Sus ojos buscaron a Isabella entre la multitud y, cuando la encontró, su expresión se volvió más cálida; con paso seguro se acercó a ella.
—¡Isabella, gané! —dijo, la voz ronca por la emoción contenida.
Ella no pronunció palabras: se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza, como si en ese abrazo guardaran el tiempo que les habían robado.
Él la estrechó contra su pecho, y por un instante el mundo se volvió pequeño y solo existieron las latas de dos corazones que se reconocían.
Kaen volvió la mirada hacia su manada: los guerreros los observaban desde la distancia con ojos brillantes, orgullosos, como quien contempla a sus mejores frutos.
El silencio se apoderó del recinto cuando anunciaron el veredicto.
Había tensión en el aire, un zumbido eléctrico como antes de la lluvia.
Cuando dijeron que la manada Grey había quedado en segundo lugar, las caras se crispaban: sorpresa, sorpresa y lu