Capítulo 5
El piso del dormitorio era un desastre.

Después de tomar su medicina, Cira mudó sus cosas al cuarto de invitados. Al pasar junto al montón de vidrios rotos, se detuvo y recogió una fotografía.

Era la única—y ahora la última—foto que tenía con Héctor.

Cuando había estado empacando, no supo qué hacer con ella. Al final, Charlotte tomó la decisión por ella.

Cira curvó los labios en una media sonrisa, la hizo pedacitos y los dejó caer en el basurero.

Esa noche, Héctor no regresó.

A las cinco de la mañana, Cira se despertó con ruidos en la cocina.

Cuando Héctor la vio, con el sueño aún pegado a los ojos, un destello de culpa le cruzó la mirada.

—¿Te desperté? Charlotte casi no comió anoche. Le estoy preparando un caldo de mariscos con arroz para llevarle. Toma tú también un tazón, está recién hecho.

Cira miró en silencio la cazuela, donde el caldo borboteaba.

Aunque Charlotte se fue por años, Héctor todavía recordaba qué le gustaba y qué evitaba. Ella, en cambio, llevaba seis años a su lado y, justo ayer, le había dicho que era alérgica a los mariscos… y a él le dio igual. Incluso se enteró anoche, por primera vez, de que Héctor sabía cocinar.

El amor y la falta de amor, a veces, se ven de inmediato.

—No tengo hambre —dijo Cira, suave—. No me apartes nada.

Iba a volver al cuarto cuando Héctor habló:

—Ciri, anoche me alteré al ver a Charlotte herida. Dije cosas que no debía. No te lo tomes a pecho…

Ella asintió, tranquila.

—Entiendo. Era una emergencia.

Héctor no esperaba tanta calma. Al verla con la mirada baja, la culpa le pesó un poco más.

—Hace mucho que no salimos en una cita. Cuando todo lo de Charlotte se resuelva, te llevo de viaje para despejarnos, ¿sí?

—Ajá.

De todos modos, en unos días ella se iría; aceptar o negarse daba lo mismo.

***

Tres días después, Cira volvió a casa tras ir de compras con una amiga… y se encontró a Héctor y a Charlotte en el sofá, apapachados, pasando páginas de un álbum.

Al verla, los ojos de Charlotte brillaron.

—Señorita Ferrera, justo estábamos viendo fotos viejitas. Siempre nos decían que teníamos “pinta de esposos”. Yo pensaba que era broma, pero el fotógrafo que nos hizo las fotos de boda dijo lo mismo hace unos días. ¿Tú crees que de verdad parecemos un matrimonio?

El aire pareció quedarse quieto.

Había desafío en su voz, sin disfraz. Cira, imperturbable, asintió.

—Creo que tienen razón. Ustedes dos, de hecho…

—Esta noche hay una reunión de excompañeros —la interrumpió Héctor, de pronto—. Ciri, ven con nosotros.

Cira sintió una punzada de ironía.

“Debe creer que estoy enojada y quiere compensar trayéndome.”

El auto fue un silencio tenso durante todo el camino, los tres perdidos en sus pensamientos. Al llegar al hotel, Charlotte caminó junto a Héctor y, con naturalidad, empezaron a recordar anécdotas de la época de clases. Envalentonada, ella le tomó del brazo.

Cira no dijo nada. Siguió detrás de ambos.

Apenas cruzaron la puerta del salón, los conocidos los rodearon.

—¿Y eso? ¿Qué pasa con ustedes dos?

—Mírenlos… con tantas vueltas y tantos años, al final terminaron juntos.

Charlotte no aclaró nada; sonrió, tímida y triunfal a la vez. Entonces alguien miró hacia la entrada y reparó en Cira.

—Y la señorita, ¿es…?
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