Un retrato de boda enorme colgaba en la pared.
Charlotte, con un vestido de novia sin tirantes, estaba pegada al pecho de Héctor. Tenían las puntas de la nariz rozándose, mirándose como una pareja con años de amor a cuestas.
Héctor llegó desde la sala, detrás de Cira:
—Ciri, ve a descansar al cuarto de invitados. Charlotte no está bien de salud y esta habitación da al sol de la mañana, así que decidí que se quedara aquí…
Se quedó mudo un instante al ver la foto en la pared. Luego añadió:
—Esa foto fue solo para calmar a su familia, que la presionaba.
Registrar el matrimonio fue “por ayudar”. La sesión de boda, “por compromiso”.
Al cruzarse con la mirada fría de Cira, a Héctor le subió una inquietud inexplicable. Por reflejo quiso tomarla del brazo.
—Ciri, no malinterpretes. Yo solo…
Cira se apartó.
—No me toques.
Era la primera vez, en seis años, que ella lo rechazaba así. A Héctor se le apretó el pecho. Estaba por seguir explicándose cuando irrumpió Charlotte, con voz quebrada:
—Señorita Ferrera, no pelee con Héctor por mi culpa. Fue error mío. No debí venir a molestarlos. Ya me voy…
Héctor la detuvo al instante.
—No tiene nada que ver contigo…
Las lágrimas de Charlotte cayeron como cuentas rotas.
—Héctor, ya hiciste demasiado por mí. No puedo permitir que por mi culpa la señorita Ferrera se enoje. Tal vez esto es lo que me toca pagar, un castigo por las tonterías que hice antes. Lo acepto…
Sus ojos enrojecidos y esa mirada aferrada le punzaron a Héctor en lo más blando.
—Tranquila. Conmigo nadie te va a obligar a casarte. Cira no se va a molestar por esto. No te vas a ir a ningún lado: vas a quedarte aquí, tranquila.
Cira torció la comisura de los labios.
—Claro. ¿Por qué me enojaría? A fin de cuentas, esta ya será tu casa.
Dicho eso, dio media vuelta y salió de la habitación.
—¿La señorita Ferrera sigue molesta? —sollozó Charlotte.
Esta vez Héctor no la consoló. La frase de Cira le golpeó como una ola. Salió a toda prisa y sujetó a Cira de la muñeca en el pasillo.
—¿Qué quisiste decir con eso? ¿Cómo que “será su casa”? A Charlotte la están obligando a casarse y la acosa un desconocido. Solo quiero ayudarla. Tú también eres mujer, ¿no puedes ponerte en su lugar? ¿Tenías que ponerte celosa justo ahora?
No había terminado cuando un estallido de vidrio vino desde la habitación. Héctor palideció, soltó a Cira y corrió.
—¡Charlotte! ¿Qué haces?
Su voz temblaba. Charlotte estaba de rodillas, con una cortada serpenteándole la muñeca, hecha un mar de lágrimas.
—No te metas, Héctor. A nadie le importo. Si morirme sirve para que la señorita Ferrera deje de enojarse, entonces me doy por satisfecha…
Héctor le arrancó el vidrio de la mano y presionó con fuerza la herida. Se volteó hacia Cira y le gritó:
—¡Cira Ferrera! ¿Así la querías ver? ¿No sientes nada de culpa? Con razón dicen que eres una desagradecida: ni siquiera lloraste cuando murió tu padre. Alguien tan fría y egoísta, ¿cómo va a preocuparse por la vida de los demás?
La frase le golpeó a Cira como un martillazo. Se le entumieron las manos y los pies. Se quedó helada.
Su recuerdo más nítido de la niñez eran las borracheras de su padre y los palos que se partían contra ella. Cuando él murió de manera repentina, no derramó una lágrima. Los parientes la llamaron “ingrata”. Aquello se volvió una espina clavada en lo más hondo. Cada roce, sangraba.
Años después, cuando Héctor lo supo, la consoló y la ayudó a sanar… hasta hoy, que fue él quien hundió de nuevo la espina.
La última hebra de amor que Cira le guardaba empezó a deshacerse.
—Héctor López, yo jamás dije que ella no pudiera quedarse. Tampoco te hice un berrinche. Te evité porque soy alérgica al marisco. Gravemente.
Recién entonces Héctor notó el brote rojizo que se extendía por la muñeca de Cira, justo donde la había tocado con las manos impregnadas de camarón. Le cruzó una punzada de culpa.
—Ciri, yo…
Charlotte volvió a forcejear, temblando:
—No me detengas, Héctor. Déjame morir…
En el tironeo, la herida empezó a sangrar de nuevo. Héctor dejó de lado cualquier otra cosa, la alzó en brazos y salió a toda prisa.
—No te va a pasar nada. Te llevo al hospital ahora mismo.
Cira se quedó inmóvil en el pasillo, mirando hasta que sus siluetas desaparecieron.