A la mañana siguiente, Sofía se paró junto a la ventana y llamó con la mano a Cira.
—Ciri, Ciri, ¿ese de allá abajo no era Nicolás?
Cira detuvo el cepillado de dientes y, con el cepillo en la boca, se asomó. Lo vio de pie, firmísimo, en la entrada del edificio. Sabía que él no podía verla, pero aun así se sonrojó sin razón. Encima, Sofía comentó, burlona:
—Míralo, un romántico empedernido. Bien tempranito y ya vino a ver a su novia. Ciri, ¿cómo lo domaste? ¡Un día de estos me enseñas!
Cira se puso roja del todo y cambió de tema a las carreras.
—Sofía, ven con nosotros a desayunar. De ahí nos vamos juntas al estudio.
Sofía agarró una bolsa de pan del escritorio y le dio un mordisco feroz.
—Yo no voy de vela. Desayunen tranquilos. Además, tengo unos pendientes.
Cira bajó a prisa. Corrió los últimos metros hasta Nicolás.
—¿Por qué viniste tan temprano?
—Desperté temprano —dijo él, mirándola con luz en los ojos—. Y como no tenía nada urgente… vine a verte.
En realidad, él no había pegado u