Héctor se quedó rígido, como si recién entonces recordara que Cira estaba ahí. Abrió la boca para explicar algo, pero ella habló antes, serena:
—Soy su amiga.
Tras oírla, Héctor le lanzó una mirada cargada de cosas no dichas. Con Charlotte Vega a su lado, prefirió callar. Los demás, aunque extrañados, no insistieron y la invitaron a sentarse.
Viejos amigos reunidos después de años: las conversaciones volaban de un tema a otro. Héctor, entre charla y risa, le servía a Charlotte con cuidado y hasta apartaba el cilantro que a ella no le gustaba. Cira, a un costado, cumplía en silencio su papel de “amiga”.
A mitad del encuentro, Cira fue al baño. Al volver, ya en la puerta del privado, alcanzó a oír una voz:
—Héctor, di la verdad: en todos los años que Charlotte estuvo fuera, ¿te gustó otra mujer?
El cuarto quedó en silencio. Todos esperaban su respuesta. Charlotte, sentada junto a él, salió al quite:
—Ya, dejen el tema. Si se enamoró de alguien mientras yo estaba fuera, es normal…
Lo decía, pero tenía los ojos brillosos y una sonrisa forzada. A Héctor se le apretó el pecho. Bajó la voz, rendido:
—No. No me gustó ninguna otra mujer.
Charlotte, entonces, sonrió entre lágrimas y se escondió en su abrazo. De inmediato estallaron las bromas y los gritos alrededor. Cira decidió no entrar a cortarles la fiesta. Salió del hotel y tomó un taxi a casa.
Unas horas después, Héctor regresó cargando a Charlotte, ebria. La recostó con cuidado en la cama. Los brazos pálidos de ella se enredaron, blandos, alrededor de su cuello.
—No te vayas, Héctor… Si aquel día yo no me hubiera ido del país por capricho, ¿seguiría existiendo Cira entre nosotros? —susurró—. La que registró el matrimonio contigo fui yo. Ya somos esposos de verdad. No me dejes, ¿sí?
Héctor hizo una pausa, a punto de incorporarse. Charlotte aprovechó y lo besó.
Cira abrió la puerta del dormitorio y los encontró en esa escena turbia. Se quedó fría un segundo y se retiró. A nadie le caería bien ver a su novio besando a otra. Pero quizá porque ya lo presentía, no le costó tanto tragarlo.
Verla irse le desató a Héctor un pánico desconocido. Apartó a Charlotte y corrió tras Cira.
—Ciri, déjame explicarte. Ella…
—Ya entendí. Charlotte está borracha. Ve y cuídala. No voy a hacer un drama.
Al ver sus ojos sinceros, a Héctor lo invadió un miedo raro, como si algo se le estuviera saliendo de las manos.
Con la voz áspera, preguntó:
—¿Por qué no estás nada enojada?