El silencio que dejĂł la desapariciĂłn de Aelar pesaba como una losa. El rugido del bosque, los pasos de la manada y hasta los suspiros del viento parecĂan haberse detenido. Eira estaba en pie, inmĂłvil, con las manos manchadas de sangre —no suya— y el alma desgarrada. El cuerpo de Aelar se habĂa desvanecido entre sombras, llevándose consigo una parte de ella que jamás pensĂł que aĂşn le pertenecĂa.
—¿Por quĂ© no lo detuviste? —le reprochĂł Aidan, con la voz rota, aunque no sabĂa si le hablaba a ella… o a sĂ mismo.
—Porque ya estaba decidido —susurró Eira, temblando—. Aelar nunca volvió del todo. Lo que vimos hoy… fue una despedida.
Aidan apretĂł la mandĂbula, luchando contra la impotencia. Él tambiĂ©n lo habĂa sentido. El Ăşltimo gesto de su hermano, esa sonrisa resignada y la mirada vacĂa, no eran de quien lucha… sino de quien se entrega.
Los miembros de la manada se acercaron en silencio. Nadie dijo una palabra. HabĂan perdido a uno de los suyos. Pero más allá de eso, habĂa una sensaciĂłn de