El eco de las palabras de Elira pareció suspender el tiempo. La caverna susurraba con un viento ancestral que no venía de ningún lugar visible. Kael se giró lentamente hacia ella, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y alarma.
—¿Qué dijiste? —susurró, su voz temblando apenas.
—Alguien... dentro de mí... lo reconoció —repitió ella, llevándose la mano al pecho—. No sé cómo explicarlo, Kael. Fue como si un recuerdo despertara de golpe. Pero no era mío... o no solo mío.
Kael dio un paso hacia ella, pero sus movimientos eran cautelosos, como si se acercara a una criatura que podría desaparecer con un suspiro.
—¿Qué viste exactamente?
Elira cerró los ojos, buscando ese fragmento fugaz. En su mente, imágenes desordenadas brillaban como relámpagos entre la niebla: una figura encapuchada que la llamaba mi reina oscura, una batalla bajo una luna roja, y luego... fuego. Mucho fuego.
—Recuerdos —dijo con la voz quebrada—. Pero no sé si son míos o... de otra vida.
Kael bajó la vista, su mandí