El eco de su nombre aĂşn flotaba en el aire.
—Eira…
Kael la habĂa llamado con una voz que ya no sonaba a sĂşplica, ni a desesperaciĂłn. Era una mezcla de poder contenido y devociĂłn absoluta. Pero ella no se volviĂł, no aĂşn. Porque lo que sentĂa dentro era un torbellino tan intenso que le quemaba la piel.
Acababa de ver con sus propios ojos una de sus visiones: su yo pasado, una mujer de mirada afilada y porte majestuoso, parada entre lobos y fuego. Y Kael… Ă©l tambiĂ©n estaba ahĂ, pero con otra forma, una fuerza brutal encerrada en su pecho y un dolor demasiado antiguo como para describirlo con palabras.
Eira se aferrĂł al tronco del árbol más cercano. No podĂa respirar. El mundo le parecĂa demasiado brillante, demasiado vivo, como si cada hoja vibrara con un secreto que su alma aĂşn no estaba lista para recordar por completo.
Kael se acercĂł, despacio, sin atreverse a tocarla.
—No esperaba que lo recordaras asà —dijo él, con un dejo de culpa en la voz—. No tan pronto.
Eira se girĂł, y sus ojos