El auto negro de Leone se detuvo frente a la mansión Jackson con un chirrido bajo, casi elegante. Era temprano, pero el aire ya olía a tabaco y peligro. La luz de la mañana todavía era tenue, se filtraba entre nubes espesas que parecían presagiar una fuerte tormenta. Leone bajó del vehículo con pasos rápidos, tenía el rostro inexpresivo, y sin anunciarse entró en la casa como si fuera parte de una rutina diaria.
Eiríkr lo esperaba en la cocina, de pie, apoyado contra la barra de mármol. Sus esbirros apostillados en el exterior de la casa le habían informado de la llegada de su primo. No había dormido; se le notaba en la tensión de sus hombros, en las sombras bajo sus ojos y en los dedos inquietos que golpeaban la superficie a ritmo constante. Everly estaba en la parte superior de las escaleras oculta tras el muro aguardando entre las sombras, escuchando sin querer, deseando no oír nada… pero incapaz de alejarse.
—¿Qué traes? —preguntó Eiríkr, directo, sin saludos previos. Estaba cansa