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Tu no me despides, yo renuncio.

Zacary levantó la cabeza al sentir la presencia. Su mirada violeta, normalmente insolente, se congeló de terror. La sangre se le fue del rostro y casi se atraganta con la virilidad del idol, que al percatarse de la situación se apartó de golpe. El Alfa que lo tenía por detrás también se frenó, sudoroso, consciente de que estaban a segundos de morir.

—¿Qué demonios…? —la voz de Maelik retumbó como trueno—. ¿Qué diablos significa está mierda?

—¡Maelik...!

— ¿Creíste que podías jugar a dos aguas, Omega promiscuo?

Zacary, temblando, apenas logró balbucear:

—Maelik… yo… n-no es lo que parece… No me digas así.

Pero era inútil. En las reglas no escritas de Maelik, todo Omega que estuviera bajo su dominio —ya fuera por contrato, cama o simple capricho— no podía mirar, mucho menos tocar, a otro Alfa. Y Zacary lo sabía.

—¡Jajajaja...me viste la cara de estúpido!

Los ojos de Maelik brillaron con un fulgor oscuro. En ese instante, el aire se volvió pesado, cargado de esa energía que solo los Alfa
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