No podía dar crédito a lo que veía en la prueba de ADN. Miré a Nectáreo, quien asentía convencido de que yo era su verdadera hermana Diletta, quien había perdido la memoria. Abrí la boca, decidida a aclarar la situación, cuando un frenazo violento casi nos lanza contra el asiento delantero.
—¿Qué rayos crees que estás haciendo? —le gritó Nectáreo a su lugarteniente, quien ahora fungía como nuestro chofer, al tiempo que me sujetaba con fuerza—. ¿Te encuentras bien, Diletta?—Sí, sí —contesté, sentándome de nuevo a su lado, aterrada—. ¿Qué es lo que sucede?—Es Concetta, mi capo —dijo el chofer con voz firme, y vi cómo mi ahora hermano llevaba su mano a la cintura y extraía un arma reluciente. Concetta, ese nombre resonaba en mi mente por segunda