Corrimos a ocultarnos detrás de una columna maciza, agachándonos para no ser vistos. Escuchamos cómo Concetta le gritaba a sus hombres con voz airada.
—¡No sé qué van a hacer, pero encuéntrenla! —vociferaba con furia—. ¿Están seguros de que no es ella esa que acabamos de ver? Se le parece mucho, solo que es rubia.—No, señora, a esa la conocemos desde hace mucho tiempo —decía el hombre que la seguía y que reconocí como su mano derecha y amante. —¿No vio con quien estaba? Es su hermano mayor y ha vivido toda su vida en Catania.—Estamos a nada de hacernos con esa enorme fortuna, y tuvieron que fallar los estúpidos que escogiste para hacerse pasar por los Cantaneros. ¿Cómo se les ocurrió no amarrarla ni amordazarla? ¡Es la heredera de la Jerarca, claro que tenía que saber escapar de un m