Nectáreo continuó impidiendo que Enmanuelle se me acercara, lo cual le agradecí, y no me separé de su lado en ningún momento, pero al mencionar que sus amigos eran de Roma, un escalofrío recorrió mi espalda.
—Vinieron a ver la carrera de autos de los Garibaldi —dijo, y algo en su tono me puso en guardia. Su mirada intensa era una clara advertencia. Supe, sin lugar a dudas, que mi interpretación de Diletta tenía que ser impecable. Me esforcé por reír a carcajadas y repetir los modismos y frases que ella usaría, mientras notaba cómo sus ojos se clavaban en mí con una intensidad inusual. Sobre todo los de uno que parecía policía. Me dio la impresión de que no veía a Diletta; veía a través del disfraz, directo a Celia. Estaba convencida de que me habían seguido desde Roma y que todos eran mafios