Después de asignar a dos hombres la tarea de vigilar con ojo avizor la concurrida terminal de ómnibus de Catania, y de dar instrucciones precisas a otros para que peinaran meticulosamente los alrededores en busca de algún rastro de mi querida Celia, nos encaminamos hacia la casa que aún poseía en la ciudad.
Aquella residencia, testigo de los días compartidos con Concetta, parecía aguardarme inmutable. Dante, en su lucha titánica contra el agotamiento, y debido a su gran pérdida de sangre, cayó finalmente vencido por el sueño. Preocupado por su estado, no tardé en llamar a un médico para que lo atendiera en la intimidad del hogar. Crucé el umbral de la casa, que sería el punto de operaciones mientras continuaba la búsqueda de Celia. Con determinación, ordené retirar el cartel que anunciaba su venta. Mientras me dediqué a reco