Una vez más, los ojos curiosos seguían cada uno de mis pasos. Era extraño cómo una mentira podía convertirse en una verdad a la vista de los demás, simplemente porque el hombre con más autoridad en la sala lo afirmaba. "Diletta ha vuelto", decía una y otra vez, con un orgullo que parecía ensayar más para convencer a los demás que para convencerse a sí mismo.
—¿Cómo es que nadie se había enterado antes, señor Nectáreo? —preguntó una mujer desde una de las mesas, mientras sus dedos jugueteaban nerviosos con el borde de su taza de café—. ¿No había comentado que… bueno… que su hermana había desaparecido hace años?Mi corazón se detuvo por un segundo. La mentira era frágil, y cualquier pregunta podría desmoronarla como un castillo de naipes. Sin embargo, Nectár