DANTE:
Con esa afirmación, Gabriel nos guió por los pasillos de su fortaleza, cada uno de nosotros consciente de que, aunque estábamos en un lugar seguro, la amenaza aún acechaba en las sombras y no podíamos bajar las alarmas.
Después de que Gabriel nos asignó a todos nuestros respectivos lugares y yo dispuse a nuestros hombres en puntos estratégicos, no pude evitar sentir cierta desconfianza, a pesar de los guardias de seguridad que Gabriel tenía distribuidos por todas partes. No podía confiar en esa secta maquiavélica, especialmente después de descubrir de lo que eran capaces y lo valiosas que resultaban ser Celia y Diletta por su grupo sanguíneo de la sangre dorada. Debía mantenerme alerta, así que decidí hablar con Alonso.—Hermano —lo llamé al ver cómo estaba absorto en su teléfono—. Debes desca