ALONSO:
Observamos a los enemigos desorientados y acobardados, sin saber de dónde provenían esos disparos certeros. Desplegaron un humo negro que nos cegó, solo podíamos distinguir sus extraños ojos brillantes. Pero no iba a permitir que se escabulleran, tenía que eliminar al mayor número posible de ellos, por eso, junto a los míos, sembrábamos el caos entre los enemigos, sin dejar de escuchar la voz de la extraña mujer que, a pesar de la oscuridad, me resultaba familiar.
—Tenemos que capturar a esa mujer —ordené a mis hombres. —¡Atrapen a esa maldita bruja! La batalla se intensificó aún más. Los encapuchados, aunque nos superaban en número, luchaban con una ferocidad desesperada retrocediendo ante nuestro avance y cayendo ante los disparos de Gerónimo. Pero nosotros no nos deteníamos. Cada golpe, cada dispa