Esta vez fue Alonso el que bajó, para darme placer y me dejé hacer. Su lengua me abrió de abajo arriba, para succionar allí donde las sensaciones me hacían enloquecer, al tiempo que dos dedos se introducían en mí moviéndose vertiginosamente hasta hacerme explotar.
El movimiento del vehículo que se había hecho partícipe de nuestro placer, nos movía suavemente, mientras con un gemido Alonso se introducía en mí, pensaba que la incertidumbre del futuro podía esperar; en este instante, lo único que importaba era la certeza del presente, el calor humano que nos confirmaba que aunque fuéramos dos desconocidos al inicio de la jornada, al final del día podríamos ser un poco menos desconocidos el uno para el otro complaciéndonos. Y así, en la penumbra de nuestra intimidad, donde los ecos del mundo no pod&iacu