Se detuvo y me miró solo por un momento como si esperara mi rendición, mi aceptación a esa sentencia. Dije que si con mi cabeza y me dejé besar. Era suya, sabía que era su objeto de deseo que había danzado en los confines de sus sueños más audaces, ahora me tenía allí, palpable, real como el latido en su pecho.
—Está bien, soy tuya —dije viendo como sonreía. —Lo acepto, me compraste. Aunque aún no sabía todavía el alcance de lo que él había hecho para comprarme en aquella subasta, la manera que me hacía sentir que le pertenecía, como si tomara posesión de mí, me hacía sentir como si fuera un elixir embriagador para él; Uno muy preciado. Recorría cada detalle de mi cuerpo en sus manos, eran caricias que me recordaban su persistencia, cada reflejo y estremecimiento de