Logan no esperó a ceremonias ni cortesías. La furia que lo envolvía era un calor oscuro que le quemaba las entrañas; sus pasos eran precisos, casi mecánicos, como los de un depredador que se prepara a rematar. Atravesó el salón en un solo impulso y, sin dudar, agarró a Zoe del cabello.
El tirón fue seco; la llevó consigo como a una presa, arrastrándola hasta la sala de interrogaciones. La madera de las paredes vibró con la violencia del movimiento, y algunos guerreros se apartaron del camino, respetando el espacio que un alfa enfurecido reclamaba sin pedir permiso.
La puerta del cuarto se cerró tras ellos con un golpe que pareció sellar el destino de Zoe. Logan la lanzó contra la mesa con tanta fuerza que el impacto hizo crujir la madera.
Ella resbaló, recuperó la compostura lo justo para mirarlo con ojos acerados, y enseguida la mascarada de arrepentimiento se posó en su rostro; fingió temor, feminidad frágil, el papel que tantas veces había interpretado. Pero Logan no estaba allí