La habitación permanecía envuelta en una penumbra cálida, iluminada apenas por los primeros hilos de luz que se filtraban a través de las cortinas. Afuera, el mundo aún parecía dormido, y dentro, el silencio se mezclaba con el suave compás de una respiración tranquila.
Logan abrió los ojos lentamente, sin apresurarse, como si temiera romper el hechizo de ese instante. Lo primero que sintió fue el peso ligero, casi imperceptible, de Mia recostada sobre su pecho. Su cabello, esparcido como una seda oscura, le cubría parte del cuello, y su aroma familiar, dulce y tibio, le envolvía.
Durante unos segundos, no hizo nada más que mirarla. Su rostro descansaba en un gesto sereno, casi infantil, ajeno a cualquier preocupación. La piel de su mejilla estaba tibia contra su piel, y cada vez que exhalaba, él sentía una caricia invisible recorrerle el pecho.
Acarició con la mirada la curva suave de sus labios, el leve temblor de sus pestañas que indicaba un sueño profundo. Sintió una ternura tan i