Ariana siempre ha sabido que su destino estaba sellado por su manada. Como la hija del Beta, su deber era proteger a su gente, incluso si eso significaba ignorar sus propios deseos. Pero el día en que sus ojos se encuentran con los de Killian, el Alfa de la manada enemiga, su mundo se derrumba. El vínculo es inmediato, una llamada irrefutable de la luna, pero aceptar a Killian significa traicionar a su gente. Él es el hombre que ha sido criado para odiar, el líder de aquellos que han amenazado a su manada durante años. Sin embargo, la conexión entre ellos es innegable, y mientras los secretos y traiciones se desmoronan a su alrededor, Ariana se ve obligada a elegir: su lealtad o su amor. Pero en un mundo donde la sangre dicta el destino, desafiar a la luna podría significar la muerte.
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El viento nocturno sopla entre los árboles, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y las hojas recién caídas. La luna, redonda y pálida, cuelga en lo alto, bañando el bosque en un resplandor plateado. Es una noche perfecta para cazar.
Mis pasos son silenciosos sobre el suelo cubierto de musgo, mis sentidos están afilados, alerta. Lidero la patrulla con la confianza que he construido durante años, manteniendo a mis lobos en formación detrás de mí. Soy la hija del Alfa. Ser fuerte no es una opción, es una obligación.
Pero esta noche hay algo diferente. Algo que eriza mi piel antes incluso de que pueda racionalizarlo.
Un olor.
No es el de mi manada. No es el de ningún lobo que conozca. Es oscuro, intenso, especiado... masculino.
Me detengo en seco y levanto una mano para que los demás se detengan. Hay un segundo de absoluto silencio antes de que hable en un susurro bajo.
—Nos estamos retirando.
Hay un murmullo de sorpresa entre los míos, pero no discuten. Somos fuertes, pero no temerarios. No atacamos sin información.
Doy un paso hacia atrás, dispuesta a moverme en dirección contraria, cuando el bosque exhala.
Una sombra se desprende de la oscuridad y me embiste con una velocidad inhumana.
Caigo sobre la hierba, pero reacciono al instante, girando sobre mí misma, con los colmillos al descubierto, lista para luchar. Mis ojos buscan a mi atacante y lo encuentran.
Y maldigo en silencio.
Killian.
Alfa de la manada rival. Enemigo. Peligro.
Y mi corazón traidor late con violencia.
Su figura es una maldita obra maestra esculpida en sombras. Alto, de hombros anchos, piel bronceada y ojos que reflejan el resplandor de la luna como dos piezas de ámbar líquido. Lleva el torso desnudo, sus músculos firmes y tensos, su pecho subiendo y bajando de forma pausada, como si este encuentro no le afectara en absoluto.
No se equivoca. El único que está fuera de control aquí soy yo.
Y mi lobo.
Está inquieto, ansioso, vibrando en cada célula de mi cuerpo como si hubiera encontrado algo que no sabía que necesitaba.
No.
No puede ser.
Me obligo a respirar, a recuperar la compostura, a ignorar la atracción innegable que me aprieta el pecho como un puño de acero.
Killian da un paso adelante y mis músculos se tensan, listos para la pelea.
—¿Cazando en mi territorio, princesa? —su voz es profunda, con un tinte de burla, pero hay algo más. Algo que no logro descifrar.
—No sabía que este bosque tenía dueño —replico con una frialdad forzada.
Él sonríe, ladeando la cabeza como si analizara a un animal salvaje.
—Todo lo que piso me pertenece.
Un escalofrío me recorre, y me maldigo por ello.
Este hombre no puede afectarme. No de esta manera.
Pero entonces lo siento.
Un tirón invisible en mi pecho, una presión en mi piel, un fuego en mis venas.
El vínculo.
La luna nos une en un lazo irrompible, en una maldición hermosa que no pedí.
Y Killian también lo sabe.
Sus ojos se oscurecen, su mandíbula se tensa, su respiración cambia. Durante un largo segundo, nos quedamos inmóviles, atrapados en la certeza devastadora de lo que somos el uno para el otro.
No.
No puede ser él.
Mi lobo aúlla en mi interior, reconociéndolo, aceptándolo. Pero yo no soy mi lobo.
Soy Ariana, hija del Alfa, leal a mi manada, y esto... esto no puede estar pasando.
Killian da otro paso, acortando la distancia entre nosotros. Su olor me envuelve, su energía me aplasta.
—Dilo —ordena en un susurro grave.
Niego con la cabeza, aunque el temblor en mis labios me delata.
Él alza una mano, sus dedos rozando mi mejilla con una suavidad insoportable.
—Eres mía.
Su voz es un ancla que me arrastra a un océano del que no sé si quiero escapar.
Y antes de que pueda hacer o decir algo, desaparece entre las sombras, dejándome con el corazón desbocado y el alma dividida entre la lealtad y el deseo.
El viento se llevó su último susurro antes de que la oscuridad lo devorara por completo. El peso de su presencia permaneció flotando en el aire, como una sombra persistente que se adhería a mi piel, al mismo tiempo que la vibración en mi pecho seguía latiendo con fuerza, como si no quisiera liberarme de él.
Mi lobo, furioso, estaba inquieto. Podía sentirlo girando dentro de mí, gritando, ansioso. Desearía poder acallarlo, obligarlo a callar, pero no era tan simple. No era tan fácil ignorarlo.
“Eres mía”. Esa frase retumbaba en mi cabeza una y otra vez, como un eco que no dejaba de martillar mis pensamientos. Su voz profunda, cargada de certeza, de posesión. Y aunque había sido pronunciada en un tono suave, sin alzar la voz, esa única oración había tenido el poder de derribar cualquier barrera que yo pudiera haber levantado.
Mi mente trató de racionalizar lo que acababa de suceder. Estaba en territorio enemigo. Estaba a merced de un hombre que representaba todo lo que mi manada odiaba. Todo lo que mi padre había jurado destruir. Pero algo en mi interior, algo que no podía controlar, algo primitivo y salvaje, se aferraba a su afirmación. Su reclamo.
Maldita sea.
Me apoyé contra el tronco de un árbol cercano, buscando algo, cualquier cosa, que me anclara a la realidad. Respiré profundamente, sintiendo el aire fresco de la noche, el aroma de la tierra mojada que intentaba borrar la sedosa fragancia de Killian que aún impregnaba mis sentidos.
“Dios, ¿qué hago?”, pensé, preguntándome cómo podía estar sintiendo esto. Estaba confundida, asustada. Era mi lobo el que me traicionaba, reconociendo el vínculo, deseando a ese hombre, ese Alfa, que acababa de aparecer de la nada y arruinarlo todo.
No podía permitirlo. No podía caer en ese juego. Mi lealtad estaba con mi manada. Con mi padre. Con mi gente. Killian era un enemigo, y aunque mi lobo gritaba lo contrario, yo debía ser más fuerte. Yo debía ser leal.
Pero… ¿cómo ignorar esa sensación de necesidad que había nacido en mí? ¿Cómo ignorar lo que mi cuerpo, mi alma, me pedían?
No, no podía ser. No debía ser.
Me obligué a girar y regresar a la patrulla. Mis pasos fueron firmes, aunque mi mente estaba en guerra, luchando contra el deseo y el deber. El viento se había calmado, pero la tensión seguía palpitando en el aire, pesada, como una nube de tormenta a punto de estallar.
De repente, me di cuenta de que algo no estaba bien. Mi lobo lo sintió primero. La manada. Ellos no estaban donde los había dejado. Miré hacia atrás, buscando a los demás. No podía verlos. No podía oírlos. La quietud era demasiado densa, demasiado ominosa.
Mi respiración se aceleró, y fue cuando los escuché. El crujido de ramas rotas. El sonido de pasos cautelosos. Mi cuerpo reaccionó instintivamente, y me lancé hacia la dirección de los ruidos, mi corazón golpeando en mi pecho como si quisiera salir volando.
Llegué a la escena en cuestión de segundos, y ahí estaban. Mi patrulla, rodeada. No de cualquier enemigo, sino de los suyos. De la manada de Killian.
Mi garganta se cerró al ver a mi hermano, Mateo, con las manos levantadas en señal de rendición, su mirada fija en el Alfa que estaba de pie frente a él. En ese instante, mi mente se apagó. El instinto de proteger a los míos se apoderó por completo de mí.
—¡Ariana, no! —gritó Mateo, su voz llena de advertencia y desesperación.
Mi mirada se encontró con la de Killian al instante. Sus ojos ámbar brillaban en la oscuridad, centelleando con una intensidad que me hizo tambalear. Sus labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción, como si supiera exactamente lo que estaba pasando en mi cabeza, como si hubiera leído cada uno de mis pensamientos.
Mi lobo gruñó dentro de mí, y me detuve a solo unos pasos de la confrontación. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Sabía que no podía tomar decisiones impulsivas. No con mi manada en peligro. No con mi familia tan cerca.
Pero el impulso de ir tras Killian era tentador. Demasiado tentador.
—Este es tu territorio —dijo mi hermano, su tono tembloroso—. Si quieres que nos vayamos, hazlo. Pero no pongas a nuestra gente en peligro.
—Yo no soy el que está poniendo a la gente en peligro, Ariana —respondió Killian con voz grave, sus ojos fijos en mí, un brillo indescifrable en ellos. No era amenaza lo que me transmitía. Era algo más, algo mucho más oscuro, mucho más… atrayente—. Ellos son los que no saben cuándo retirarse.
Mi respiración se entrecortó. No podía mirar a Mateo sin pensar en lo que estaba a punto de suceder. El deber me pedía que actuara, que defendiera mi manada. Pero había algo en esa mirada de Killian que me retenía. Algo que me hacía dudar de mis propias decisiones.
Mi lobo luchaba por tomar el control, por liberarse de la correa que yo había puesto sobre él. Pero el miedo a perder a mi familia, a perder a los míos, era más fuerte. Mi mirada volvió a encontrar la de Killian, desafiante.
—Nos vamos —dije, mi voz firme aunque mi cuerpo no dejaba de temblar. Mi lobo me rogaba que no lo hiciera, que no lo dejara escapar, pero yo no podía. No podía traicionar todo por lo que había trabajado.
La manada de Killian se apartó sin hacer ruido, y él dio un paso atrás. Su mirada se desvió brevemente hacia mi hermano, pero lo que me hizo estremecer fue la forma en que su atención regresó hacia mí, como si no pudiera quitar los ojos de mí.
El último suspiro de su presencia llenó el aire mientras la distancia se hacía más grande entre nosotros, pero la huella que dejó en mi pecho seguía ahí, como un fuego que aún se negaba a extinguirse.
"Te encontraré de nuevo, Ariana", murmuró su voz en mi mente, y aunque su cuerpo estaba lejos, esa advertencia era tan clara como si estuviera justo a mi lado.
Y entonces, me di cuenta de algo.
La guerra no había hecho más que comenzar.
ArianaHan pasado algunos años desde que dejamos atrás las sombras del pasado. Ya no vivimos en la constante incertidumbre, ni tememos lo que el mañana nos traerá. Hoy, cuando miro a Killian y a nuestro hijo, todo lo que alguna vez temí parece lejano, como si nunca hubiera existido. Pero sé que no fue así, que todo lo que superamos no se borra, solo se convierte en la base de lo que somos ahora. Y en estos momentos de tranquilidad, de amor, sé que cada sacrificio, cada lágrima, valió la pena.El sol entra suavemente por las ventanas del salón, iluminando nuestra casa, nuestra vida. La casa que construimos no solo con ladrillos y madera, sino con la fuerza de lo que hemos sido y lo que hemos decidido ser. Un hogar. Un refugio.El sonido de los pasos de Killian en la escalera me hace sonreír, como siempre lo hace. Ya no necesito mirar para saber que es él. Su presencia llena el espacio de una manera que es imposible de ignorar.—¿Ya estás lista? —su voz llega suave desde la entrada, esa
KillianEs curioso cómo la vida cambia sin que te des cuenta, cómo pasas de estar atrapado en una carrera frenética por sobrevivir a simplemente estar, a respirar. A veces, cuando miro a Ariana y a nuestro hijo, me pregunto cómo llegamos hasta aquí, a este punto en que la paz se ha instalado por fin en nuestras vidas, reemplazando la tormenta constante que nos perseguía.Hace un par de años, no habría creído que esto fuera posible. No con mi pasado. No con mis errores. Pero aquí estamos, juntos, más fuertes que nunca.Ariana está a mi lado, como siempre. Aunque, por primera vez, no solo la siento como mi compañera, sino como mi igual. Mi ancla y mi viento. Mi todo. Y hoy, mientras la veo cargar a nuestro hijo en brazos, no puedo evitar sonreír como un idiota.Todo lo que quiero, todo lo que necesito, está aquí. Mi familia. Mi legado.—¿Te has dado cuenta de lo que hemos logrado? —me dice ella, acercándose con pasos suaves, los ojos brillando con una mezcla de amor y orgullo.Sonrío, a
ArianaDesperté con la sensación de estar justo donde debía. No era algo que me pasara seguido. Siempre había tenido esa inquietud bajo la piel, ese zumbido sordo que te recuerda que la felicidad tiene fecha de caducidad. Pero esta vez… no. Esta vez sentía la paz como una sábana tibia sobre mi cuerpo desnudo, arropada no solo por las sábanas de lino francés, sino por el peso —cómodo y cálido— del brazo de Killian enredado en mi cintura.Sus dedos dormidos se movieron apenas, como si incluso dormido supiera que no quería que me alejara.Lo miré, tan cerca que podía ver las pestañas enredadas y una sombra de barba empezando a dibujarse en su mandíbula. Parecía más joven cuando dormía. Menos atormentado. Como si el hombre que había enfrentado su pasado con la fiereza de un guerrero pudiera, por fin, descansar.Y, egoístamente, me gustaba pensar que yo tenía algo que ver con eso.Me giré un poco, solo para mirarlo mejor. Dios… qué injusto era. Tenía ese tipo de belleza oscura que hace que
KillianEl silencio.Por primera vez en mucho tiempo, el silencio no era una amenaza, ni un preludio de desastre. No era el filo de una tormenta contenida ni el vacío que llega justo antes del grito. Era simplemente… paz.Ariana duerme a mi lado, su respiración pausada, cálida sobre mi cuello. Su cuerpo, suave y ligero, enredado al mío como si el mundo se hubiera reducido solo a este momento. A ella. A nosotros.Y al pequeño que duerme en la habitación contigua, con su respiración más fuerte que la de ella, como si ya estuviera entrenando sus pulmones para gritarle al mundo que ha llegado.Mi hijo.Sigo sin poder creerlo del todo.No sabía lo mucho que me faltaba hasta que lo sostuve por primera vez. Tan pequeño. Tan jodidamente perfecto.Y ahora… todo lo que soy gira en torno a ellos.—Estás despierto —susurra Ariana sin abrir los ojos.Sonrío. Me descubre aunque intente contener hasta el aliento.—Tú también.—Te sentí pensar.Me río por lo bajo, ronco.—¿Tan fuerte pienso?—Cuando
ArianaLo primero que sentí al abrir la puerta fue su aroma. Ese inconfundible olor a madera quemada, cuero, y una pizca de pecado. Killian. No había pasado ni un segundo y ya mi cuerpo lo reconocía. Era como si mis células se encendieran al compás de su presencia, como si todo mi ser supiera que había vuelto a casa.La diferencia esta vez era que no había odio en mí. Ni rabia. Ni siquiera miedo. Solo una calma extraña, como la brisa después de una tormenta arrasadora. Había vuelto. No porque me necesitara. No porque él me lo pidiera. Volví porque lo elegí. Con todo lo que eso significaba.Y él lo sabía.—Hola —dije apenas, apenas un susurro que se coló entre los muros de su guarida.Él levantó la vista del suelo. Tenía la mandíbula tensa, los ojos rojos, y ese brillo apagado que me rompía el alma.—¿Estás aquí? —murmuró, como si no se atreviera a creerlo.—Sí —tragué saliva—. Estoy aquí.Un paso. Otro. La distancia entre nosotros se redujo hasta que estuve lo suficientemente cerca co
KillianEl silencio es más cruel que cualquier grito.Lo descubrí la primera noche sin ella, cuando la ausencia de su voz convirtió mi apartamento en un mausoleo. Cada rincón olía a ella. Cada sombra tenía su forma. Incluso el café amargo de la mañana sabía como sus reproches suaves cuando quemaba el desayuno. Pero ya no estaba.Y lo peor era que no la culpaba.Todo esto—la sangre, los secretos, las decisiones que tomé sin consultarla—era una bomba de tiempo que finalmente explotó. Y el daño colateral fue Ariana.—No la pierdas, imbécil —me repetía en bucle, como un mantra inútil.Pero el eco era lo único que respondía.Me había convertido en un fantasma con piel. Vagaba de una habitación a otra, tocando los objetos como si así pudiera invocarla. No podía llamarla. No todavía. Tenía que dejarla respirar, aunque cada minuto que pasaba sin ella era como arrancarme la piel con las uñas.—Estás hecho mierda, Killian —dijo Mason, entrando en mi oficina sin llamar.Ni siquiera fingí dignida
Último capítulo