Rendida ante él
Logan no quiso romper el contacto por mucho tiempo. El sabor de sus labios aún ardía en los suyos, y la forma en que Mía lo miraba, con los ojos grandes y brillantes, lo atravesaba como un filo. Sin pensarlo demasiado, la sujetó con firmeza y, en un movimiento decidido, la levantó en brazos.

Mía se aferró instintivamente a su cuello, sintiendo cómo sus pies dejaban el suelo y cómo el calor de su cuerpo la envolvía por completo. Podía oír el latido acelerado de su corazón contra su oído, fuerte, profundo, como un tambor que marcaba el paso de cada respiración.

Él caminó hacia la habitación sin apartar la mirada de ella, como si no existiera nada más en el mundo. Su lobo rugía por dentro, satisfecho de tenerla así, rendida en sus brazos, y al mismo tiempo ansioso por más, por sellar lo que sentía que era suyo desde el primer momento en que la había visto, que había sentido su vínculo.

La puerta se cerró con un leve clic detrás de ellos. Logan la depositó con suavidad sobre la cama, como
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