Los gritos de mis hombres me sacaron del trance ya que estaban siendo replegados por la lluvia de lanzas y piedras con las que los bárbaros insistían en arrebatarles la vida. Tenía que hacer algo para equilibrar la batalla y al buscar con la mirada, no hallé más que las tiendas empapadas.
—Sialen, busca un caballo—le ordené.
Ella se deshizo del bruto al que golpeaba y corrió a obedecerme, mientras Dízaol se mantenía cubriéndome la espalda, con ayuda de unos pocos soldados. El viento arreciaba y el cielo fue atravesado por un relámpago, precedido por truenos ensordecedores.
Sialen regresó sobre uno de los caballos y haciendo un gran esfuerzo, arranqué la pica que sostenía uno de los extremos de la tienda, junto a la cual nos detuvimos. Dízaol comprendió al instante lo que pasaba por mi mente, y se encargó de liberar otros amarres, antes de tenderle un extremo a la guerrera.
Me hice a un lado y muy esperanzada observé como la muchacha cabalgaba para extender la cuerda, dejando a los bár