Cerré la puerta de un golpe y me arrojé sobre el lecho, sin prestar atención al sudor pegajoso que desaparecía debajo del tiritar de mi piel erizada.Los cortinados de un azul grisáceo se agitaban constantemente por el viento, al igual que las lámparas, grandes, antiguas. Todos los suelos estaban alfombrados en el mismo tono que las colgaduras, aunque estas no lograban disimular la rudeza de esas vigas enormes que sostenían el techado. Sí, ese era un castillo poco acogedor, pero había sido mi hogar hasta ese momento, el único lugar donde conseguía dormir sin que las pesadillas me agredieran y ahora mi protector me pedía que renunciara a ello, para volver al caos del cual escapé con su ayuda.Entendía que era más que una obligación, un deber hacia mi padre y nuestro linaje, pero ni siquiera eso me reconfortaba. Tendría que soportar por el resto de mis días, a unos hombres que me consideraban cobarde, traidora, cuando no era otra cosa que la única víctima sobreviviente del mayor desast
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