— ¡Rownan!
El grito avisó a los soldados y doncellas, que se apresuraron a reverenciarlo, en cambio yo me eché a correr para abrasarlo y sus labios buscaron los míos, cargados de ansiedad.
—Te he extrañado tanto —me susurró al oído.
No le respondí, con un tirón le zafé la camisa, para comprobar que esa herida que lo acercó tanto a la muerte había cicatrizado y mi alivio le hizo reír.
—Ya te lo había advertido —murmuró—. Soy tuyo y no puedo morir sino me lo ordenas.
Volví a besarlo y sentir la fuerza de sus brazos al rodearme, me devolvió la seguridad perdida.
—He visto a nuestro hijo— comentó—. Leanne intentaba calmarlo, pero es muy atrevido y quería imponerse de cualquier forma.
—Es como su padre, terco y orgulloso.
— ¿Y nuestra princesa? — me interrogó, arrodillándose para besarme el vientre abultado—. ¿Cómo ha estado en estos últimos días?
—Recordándome todo el tiempo que también es una Édazon incansable.
Rownan se echó a reír y tomándome de la mano, me llevó de regreso al castil