Le prometí que usaría un carruaje, en caso de que tuviera que abandonar el castillo, ya que, si montaba, volvería a sangrar. Repasé la ubicación del ejército, las provisiones, rememoré los nombres de los aliados que estaban dispuestos a darme asilo si perdíamos la guerra y al entregarle el yelmo dorado, mi corazón se robó la ansiedad de Rownan, para sacarla como lágrimas a través de los ojos.
—Cuando haya ganado la batalla, volveré a tus brazos para nunca más dejarlos —me prometió—. Haremos el amor incansablemente y solo dejaremos la alcoba para cuidar de nuestros hijos. Nunca nadie más se interpondrá entre nosotros y seremos felices, como siempre hemos soñado.
Lo besé enternecida nos abrasamos hasta que las fanfarrias anunciaron el inicio de una nueva tortura, que esta vez alcanzaría a cada poblador de Áthaldar.
No fui capaz de verlo marcharse. Cerré los ojos y esperé el tiempo suficiente antes de encontrarme a solas en esa alcoba, donde tanto había llorado y reído y donde quería pa